EDITORIAL

Otra Argentina



Editorial » 01/01/2015

Empieza un nuevo año, con una característica saliente: es un año de Elecciones, en el que decidiremos quién será la persona que reemplace a Cristina Kirchner en el mando del país.
Si lo que las encuestas vaticinan se cumple y no ocurre ningún imprevisto, todo parece señalar que el nuevo Presidente saldría de estos tres nombres: Daniel Scioli, Sergio Massa o Mauricio Macri. Y también se vaticina que, gane quien gane, lo haría recién en una hipotética segunda vuelta, lo cual sería saludable para que nadie se sienta el «dueño de los votos».
La Argentina que viene deberá ser distinta. Es impensable imaginar cuatro años o una década más de prepotencia, confrontaciones y abuso de poder como el que se vino padeciendo como nunca antes en una etapa democrática.
Quien sea el nuevo Presidente, tiene por delante la tarea de encabezar la reconstrucción de un país que, como cualquier otro del mundo, no puede crecer ni avanzar el medio del odio.
Un país en el que la justicia deberá consolidar su rol independiente, avanzando sobre los pocos claros incrementos de los patrimonios de los funcionarios, siempre tan impunes y soberbios. Patrimonios tan pocos claros como los de un vicepresidente capaz de dar como su domicilio el de un médano, o el de una presidente que dice livianamente que ganó sus muchos millones de pesos por ser una «abogada exitosa», cuando nunca en su vida ejerció la profesión.
Un país en el que los ciudadanos deberíamos preocuparnos más por la corrupción que por nuestro bolsillo. En el que se entierre para siempre ese macabro concepto de «roban pero hacen», y empecemos a ejercer y exigir todos los derechos que la Constitución nos garantiza, saliendo de nuestros roles de impávidos espectadores de una fiesta, la de la clase dirigente, que desde hace décadas descubrió que puede vivir de la cosa pública, sin trabajar ni dar cuentas ciertas por sus actos.
Otra Argentina puede estar al alcance de la mano. Pero no dependerá solamente de quien gane las Elecciones, sino de nosotros, los millones de electores, hacerla posible.
Para eso no solamente deberíamos votar a la persona que garantice el cambio, sino fiscalizarla cada día, en cada resolución, en cada ley que se vote en el Congreso. La democracia no termina el día que se pone la boleta en la urna.
Educar en lugar de adoctrinar. Dar trabajo digno, en vez de asistencialismo barato. Construir un sistema policial y judicial que nos garantice vivir seguros. Crear las condiciones económicas que nos permitan prever el futuro y poder crecer. Todos ellos, pequeños grandes detalles que harían sí, una Argentina diferente.


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