ENTREVISTA

Luis Mayerna



Entrevistas » 01/07/2016

Hace 8 años que Luis Enrique Mayerna es presidente del Centro Cultural Sarmiento, de nuestra ciudad, en cuya comisión directiva antes desempeñó otros cargos.

Nacido el 20 de mayo de 1944 en La Plata, desde muy chico se radicó en Florencio Varela, donde además de crear vínculos familiares y de amistad, pudo desarrollar su pasión por el teatro junto a recordadas figuras de los escenarios locales, y sobre todo, dar rienda suelta a su vocación de servicio, seguramente heredada de su «padre del corazón», que también desplegó en su paso por la Sociedad de Fomento «9 de Julio», en el barrio donde pasó casi toda su vida. Es padre de tres hijos: Lucas, Belén y Yael, tiene dos nietos, Brisa y Alan, y un bisnieto, Altair. Con él dialogamos en la Redacción de Mi Ciudad.

 

-Háblenos de su infancia y sus padres…

-Tengo recuerdos muy lindos de mi mamá, que murió cuando yo tenía tres años, vivencias hermosas del tiempo que tuve junto a ella, como salir a su encuentro donde vivíamos y abrazarla cuando venía del trabajo. Y tuve un «papá del corazón», Ramón Ragazzo, que era el padre de mi hermana. Tuve muchas experiencias de vida con él hasta que falleció, cuando yo tenía 11 años. El me crió, junto a mi abuela materna. Me enseñó valores, y de él aprendí que en las instituciones hay que servir y no valerse de ellas.

-¿De qué trabajaba este «padre del corazón»?

-Era gráfico. Trabajaba en la imprenta del Boletín Oficial de la Provincia de Buenos Aires y colaboraba en la Sociedad de Fomento 9 de Julio. De él tengo los mejores recuerdos, fue una persona maravillosa que impactó en mi vida.

-¿Cuándo vinieron a vivir a Florencio Varela?

-En 1955. Vivíamos en Avellaneda y yo tenía algún problema bronquial. Así que nos recomendaron venir acá…

-El famoso aire puro de Florencio Varela…

-Sí. Y decían que la ciudad estaba 80 metros más alta que Avellaneda.

-¿Dónde se mudaron?

-Adonde vivo hoy, en Bombero Rosende entre Boccuzzi y Mitre. Hoy la calle se llama Baró.

-Pero su padre murió tempranamente…

-Sí. Acá lo disfruté poco tiempo, y quedé con mi abuela, que fue todo: mamá, papá, y quien me orientó…Y hubo otra persona a la que recuerdo con mucho cariño y fue mi mamá del corazón, María Dapena.

-La Ñata…

-Sí. Era maestra y directora en la Escuela que se había armado en la Sociedad de Fomento 9 de Julio, donde terminé la primaria.

-Tenía fama de brava…

-Sí. Era adusta, pero estaba llena de dulzura, como muchas personas a las que uno tiene que conocerlas por dentro para descubrirlas.

-¿Quiénes eran sus compañeros?

-José Manuel Del Río, que era español, Lidia Ester Glini, otra chica de apellido Arévalo…

-¿A qué jugaba?

-Jugaba al fútbol en el equipo de los Calvi, donde armé una muy linda amistad con Polo y Alfredo, y con el Negro Hasperué. Claro que a mí me gustaba mucho el teatro. Y algunas cosas como los prejuicios también existían entonces. Por eso algunos me preguntaban ¿cómo es que te gusta el teatro si jugás al fútbol? Y me decían, «si en el teatro hay gente diferente…» Y yo les respondía: no tiene nada que ver, diferentes hay en todos lados…

-¿Cómo empezó a actuar?

-María Dapena me decía que fuera al Centro Cultural Sarmiento a hacer teatro, y ahí fui. Lo primero que hice fue una obra que es el ABC, «Pedido de mano», de Chéjov, junto a José Silva. A posteriori, estuve en Bambalinas, con Juan María Melzi, Nelly Borelina, Cacho Ruiz, y Carlos Borsani, una persona especial, maravillosa, que era un lujo que estuviera entre nosotros. Después empezó a dictar clases de teatro en el Centro Francisco Iribarren, un hombre fuera de serie. Con él hicimos una obra de Albert Camus, «Los justos», donde trabajaron Nuri Belmonte, un chico de apellido Videla… Además, hicimos «Zamora», de George Nedeus, con Ana María Pérez Fernández… Beto Santisteban y otros.

-¿Empezó a trabajar de muy jovencito?

-Sí. Entré en la Escuela de Aprendices que existía en la órbita del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Ahí había una imprenta donde trabajaba mi padre, y donde se imprimían los documentos y el Boletín oficial. Aprendí el oficio de linotipista, lo que también me permitió trabajar por más de 20 años en el diario «El Día» de la Plata.

-Se dice que a los linotipistas los hacían tomar leche por el contacto con el plomo…

-Sí. Había una enfermedad llamada saturnismo, que afectaba a los obreros de las minas. Por eso, los gráficos tenían una ley de salubridad con muchos requisitos, cuya consecuencia era el hábito de tomar leche, porque se trabajaba con un crisol al lado de la linotipo, y también nos jubilábamos a los 50 años. Pero cuando yo entré al Boletín Oficial ya empezaba la composición en frío, después la fotocomposición, y ahora los diarios se hacen en uña computadora. Cuando yo llegué, en el Boletín Oficial se hacía un ensamble entre la composición fría y la caliente, fotografiábamos las pruebas y las mandábamos a la rotativa. Yo vi los diferentes métodos de las imprentas, cuando armábamos las palabras con letras de madera o de lo que fuere, y cuando me retiré ya lo hacíamos con una computadora. Llegué dentro de la carrera administrativa a ser el Jefe del Departamento del Boletín.

-¿Qué más hacía en su juventud?

-Trabajaba en la Sociedad de Fomento 9 de Julio, de la que fui Presidente, donde tuve un referente que fue Juan Baró, una persona con una impronta de desinterés, con gran limpieza en su proceder.

-¿Iba a bailar?

-Hacíamos los asaltos, donde las chicas llevaban la comida y nosotros la bebida, que era gaseosa. Y nos reuníamos con el grupo de la Iglesia San Juan Bautista, en la Legión de María, con el que íbamos al teatro, al cine… En ese grupo estaban Oscar Baró, Mandrioni…

-¿Cómo veía al Centro Cultural Sarmiento antes de entrar a él?

-Yo creo que muchos tenían preconceptos sobre el Centro Cultural porque se pensaba que pertenecía a un cierto color político, pero no era así, ahí todos podían expresarse. Ahí aprendí a querer a la institución, con gente como Estela Morielli, o el profesor Héctor Cataldo. Entre la gente que me apuntaló, puedo destacar a Antonio Llados, Enrique Lando y hasta Luisito Genoud, que cuando uno lo necesita siempre está a disposición, un hombre que camina entre nosotros pese a ser una autoridad de la Corte. También quiero mencionar al fundador de Mi Ciudad, Coco Suárez, que venía al Centro a filosofar con Luisito Di Cecco, su gran amigo, y era un hombre preocupado por la realidad, que te permitía intervenir en la conversación, con su simpleza y gran inteligencia y capacidad.

-¿Cómo recuerda a Di Cecco?

-Con mucho cariño. Cuando me llevó a trabajar en la biblioteca me dio la posibilidad de volar, de poder aplicar un poco mis sueños, pero con los pies sobre la tierra. Todo lo que eso significaba para ellos, había que sostenerlo a través del tiempo y hacer lo que no habían podido hacer.

-¿Quién fue su «personaje inolvidable»?

-En el aspecto humano, el personaje que más me impactó fue mi abuela madre, Rosario Evarista Mayerna. Vivió hasta los 91 años. Era un personaje hermoso, que había vivido diferentes etapas en su vida. Estuvo económicamente muy bien y después debió adaptarse a otra cosa. Su familia era del campo, explotaban tierras en Azul, y estaban muy bien, pero cuando murieron los padres esa actividad se disgregó. Pasaron de venir a Buenos Aires a tomar el té a Gath y Chaves a adaptarse a una vida distinta, difícil. Me decía que había estado arriba y ahora estaba abajo, pero que eso no importaba. Se alegraba con mis pequeños logros, como cuando fui abanderado, pero no le interesaba lo económico, era como que estaba dos pasos más allá, siempre. Y en el aspecto político, Alfonsín era una persona llana, transparente, y dispuesta a entender a los demás. También leí a Irigoyen y a Perón… que fueron muy relevantes. Pero Alfonsín era querible, y aún en los desacuerdos, se lo toleraba porque era un gallego caprichoso, pero llano y transparente.

-¿Nunca incursionó en política?

-No, porque me produce malestar e incertidumbre la deslealtad que existe a veces, negar a personajes de una época o pasarse de un andarivel a otro… Son cosas que no acepto. Pero mi corazoncito lo tengo, obviamente.

-¿Está contento con la vida?

-Contento por quien me trajo al mundo, mi mamá, en tiempos donde era difícil tener un hijo de un modo fuera de un contexto preestablecido, como si fuera una mancha. Me hace muy feliz que ella haya decidido sostenerme. A través de ella, mi padre del corazón y mi abuela madre, la vida me entregó elementos para defenderme y para ser útil a quien lo pudiera necesitar. Eso para mí es fundamental. Yo siento que estoy en deuda con todo lo que recibí, y quiero devolver algo de eso.

-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?

-Que me permita en este tiempo seguir disfrutando de lo que El está colocando a mi alrededor. Y que pueda ver a mi nieta Brisa, que está muy cerca mío, crecer, y que sea una persona formada y una persona de bien. También, que la biblioteca siga creciendo indefinidamente y que todos los varelenses nos demos cuenta de que tenemos allí un ámbito cultural muy importante, hecho por personas que en 1920 pensaron en función de lo que es hoy.


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