¿Y si arrancamos?



Editorial » 01/02/2017

Dejando atrás el primer mes de un «año electoral», algunos signos permiten dar paso al optimismo.
Pese a las apocalípticas predicciones –y deseos- de los que protagonizaron el gobierno más corrupto de la historia argentina, y los de sus portavoces de siempre, son varias las medidas exitosas tomadas por Macri.
El fin del cepo, que no provocó las anunciadas corridas, el arreglo con los holdouts, que permitió el retorno del crédito internacional, el blanqueo, que superó las cifras esperadas, el sinceramiento del INDEC, que posibilita saber cuáles son las verdaderas estadísticas por tanto tiempo falseadas, el inédito acuerdo empresarial- gremial- gubernamental por «Vaca Muerta», que bien puede significar el camino hacia el autoabastecimiento energético durante décadas -y un modelo para replicar en otras actividades- y el superávit arrojado en 2016 por la balanza comercial, en la que, pese a los agoreros, se exportó mucho más de lo que se importó, son eslabones de valor en la cadena económica que tradicionalmente constituyó el talón de Aquiles de la República.
Aunque el mayor logro de este gobierno no fue económico. Fue la recuperación de la institucionalidad. Después de doce años de uso fascista del Estado, se terminaron los agobiantes monólogos desde la cadena nacional, la perversidad del discurso único, la persecución de los opositores mediante la AFIP, la TV Pública como vocera del partido gobernante y punto de escrache de todos los que no pertenecían a él, y el vergonzoso manejo de la pauta publicitaria y de subsidios que invariablemente iban a parar a los amigos del Poder.
También se terminó el engendro del «Fútbol para Todos», que la propia Hebe de Bonafini, que sigue insultando al Presidente con total libertad desde el canal oficial, confesó era un «aparato de propaganda». Dejar de ver las caras de los Kirchner, Guillermo Moreno, Boudou y Aníbal Fernández en medio de un Boca-River es algo que habrá que agradecerle a Macri para siempre.
Pero es mucho lo que falta por hacerse. El 32 por ciento de los argentinos son pobres, y de ellos, más de 7 millones son niños. Y eso no es sólo culpa del kirchnerismo ni del primer año de Cambiemos, sino de las políticas que vienen aplicándose en la Argentina desde hace más de 60 años, arruinando a un país cuyo destino se vislumbraba distinto.
A la pobreza no se la combate creando planes o repartiendo puestos en el Estado, sino generando trabajo genuino. Y para eso, aunque parezca un juego de palabras, debe privilegiarse a los que generan ese trabajo. Si el Estado asfixia a los que producen, termina perjudicando al que menos tiene. Hay que premiar al empresario que hace las cosas bien, y con igual énfasis, castigar al que las hace mal.
Es tiempo de dar un paso al frente, patear el tablero, volver a las fuentes. Tres lindas frases hechas para creer que es posible salir adelante, una vez más.
¿Y si arrancamos?

 


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