Reminiscencias: los varelenses y el tiempo



Edición Impresa » 01/04/2017

Una mujer sale de un negocio en Quilmes, acaba de comprar un par de madejas de hilo y una aguja grande. Un hombre dentro de un bar se da cuenta de eso porque la aguja supera el tamaño de la bolsa y la observa mientras camina delante de el. Ella es joven pero su rostro es indescifrable. Él la sigue con la mirada y le hace un chiste sobre la curva que define su espalda. Ella no le responde pero advierte su mirada inquebrantable, esa que le puede dar la seguridad para construir una vida a su lado. Ella sigue caminando y toma el colectivo que la lleva hasta el Cruce Varela. Él se da cuenta que puede no volver a verla y sube a su auto en busca de aquella curva que soporta esa mujer. Él hombre alcanza el colectivo antes de la parada y se cruza por delante. El colectivo para. El chofer se detiene y le pide a la joven sentada en la ventana, que por favor baje del colectivo. Ella baja, algo avergonzada. El resultado de esta historia es Jorge y Carlos, mi papá y mi tío.
La historia de cómo se conocieron mis abuelos siempre me lleva a pensar el dilema que tenemos los varelenses sobre la percepción del tiempo. Cuando era chica y todavía faltaba mucho para crecer, nos sentábamos en los recreos con mis amigas a pensar cuándo nos gustaría casarnos o tener hijos. No me acuerdo muy bien mis respuestas porque siempre invalidaba mi percepción y me copiaba de alguna de ellas, pero todas coincidíamos en ser madres jóvenes y vivir de a 4 o 5 integrantes, no más. Siempre me llamó la atención lo claras que veían las cosas, cuando para mi era imposible pensar en ser mamá si ni siquiera podía cuidar que mis útiles sobrevivan un recreo. Según esos tests que hacíamos, todas deberíamos estar siendo madres, consagradas en una carrera, con un auto por lo menos familiar y con un marido con una belleza soberbia, entre otras yerbas de la enseñanza de los años ´90.
El varelense a diferencia de otras razas del planeta siempre se queja del tiempo. Porque está lejos de todos lados, porque tiene un sistema de comunicaciones defectuoso, porque se cortan dos calles y automáticamente entre las 12 y las 14 todos quieren ir a pagar las cuentas y llegar al banco y buscar a los chicos de la escuela. Nos quejamos sobre el tiempo muy a pesar de todo el tiempo que ahorramos y nos encontramos cada vez más fatigados.
Debido a que las percepciones del tiempo muchas veces no coinciden y pierden sincronización con los hechos, los varelenses tenemos marcadores del tiempo que nos ayudan a recuperar una visión más fidedigna sobre la realidad, eso que jamás conoceremos. El marcador del tiempo de un varelense siempre es otro varelense. Si dos compañeros del secundario que no se ven hace mucho se encuentran, el otro siempre va a ser el gordo, el pelado, el «que viejo que está, está hecho mierda», opinión probablemente compartida por el otro al mismo tiempo.
Justo cuando creíamos que los avances tecnológicos iban a colaborar para que todas nos casemos a los 25 años, el tren nos pasó por encima. Lo lógico sería que si teníamos que esperar cumplir 14 años para ir a las primeras matinés o preparar un baile en el colegio para conseguir marido, ahora lo podríamos resolver con una charla de Whatsapp o a lo sumo con un match en Tinder.
La forma en la que evaluamos el tiempo sigue siendo un misterio. A veces también tengo asociaciones raras, donde pienso que si Cristobal Colón que tardó un mes para llegar a América nos observara, sentiría mucha envidia por el tiempo que tenemos. Pienso que si Freud leyera mis conversaciones volátiles y ambiguas de los chats, sentiría vergüenza ajena. Pero también pienso que si Beethoven hubiera tenido redes sociales no existiría la Novena, si Frida Kahlo hubiera tenido Whatsapp estaría obsesivamente revisando las últimas conexiones de Diego Rivera. Y estoy segura, segura que mi abuelo le hubiera pedido el teléfono a mi abuela y tal vez ella, le hubiera revisado toda su biografía de Facebook antes de aceptar una salida.
Dado que la percepción del tiempo nos suele traicionar de ésta manera y al mismo tiempo, no podemos controlar lo adictivo de la velocidad del cambio, lo único que podemos hacer como varelenses adictos al amor y a la queja, es resemantizar el tiempo, crear el antídoto para las bifurcaciones de la memoria, para colaborar para que la reminiscencia viva por siempre.
El recuerdo siempre le gana al tiempo.


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