Las manos que trabajan la tierra. Familia y colonización agrícola en Florencio Varela (1951-1960)



Edición Impresa » 01/02/2018

                                       Por Lic. Celeste De Marco (*)

 

A fines de la década de 1940 el lema “la tierra para el que la trabaja” aún repicaba en el ambiente, cada vez como un eco más lejano. Mientras que la entrega de tierras con facilidades de pago iba perdiendo apoyos, se promovía su uso “con sentido social”, de modo que la dirigencia peronista iba desistiendo de la “reforma agraria”, al tiempo que la colonización perdía sus ribetes más convulsivos. Es que perjudicar los intereses propietarios resultaba un juego peligroso, sobre todo en un contexto en el que era necesario producir más.
Sin embargo, la provincia de Buenos Aires tenía un clima propio. Su gobernador, Domingo A. Mercante (1946-1952) tenía ambiciones presidenciales. Y con esa idea apoyó la refundación del Instituto Autárquico de Colonización, para hacer de la colonización su propio basamento político. Por eso, cuando esta política empezaba a hacer mutis a nivel nacional, algunos proyectos de colonias agrícolas siguieron en pie en Buenos Aires. Y Florencio Varela, en plena expansión, fue uno de los escenarios elegidos.
En 1948 el mencionado Instituto compró la estancia “Santo Domingo” en la zona rural del partido conocida como “La Capilla”, a unos 15 kilómetros de la ciudad cabecera. Las 1.587 hectáreas habían sido patrimonio de los Davidson, una acaudalada familia escocesa con importantes vínculos locales, que también formaba parte de la Sociedad Rural Argentina y de la comunidad británica en Buenos Aires.
Sin dudas, la cercanía con la ciudad, tanto como el valor productivo de las tierras habían sido aspectos tenidos en cuenta. Además, la extensión del predio y el simbolismo de una intervención estatal sobre campos surcados por la huella británica resaltaban la importancia de la adquisición.
En los trabajos de mensura de 1949 las tierras fueron divididas en tres partes. La fracción “A”, la más grande, quedó formada por 140 lotes de 5 a 10 hectáreas de extensión. La fracción “E” tenía 11 lotes de 4 a 6 hectáreas. En 1954 se anexó la fracción “B”, con 51 lotes de hasta 20 hectáreas. El tamaño medio de las parcelas señalaba que la colonia tendría un perfil intensivo, para producir hortalizas que abastecerían el consumo urbano. Y a la horticultura se sumaría la actividad florícola, especialmente de mano de los japoneses.
A fines de 1951 comenzaron las adjudicaciones de los lotes y se creó oficialmente la colonia “17 de octubre”. Las familias productoras que llegaban se habían postulado ante el Ministerio de Asuntos Agrarios y habían sido seleccionadas en virtud de sus aptitudes para trabajar la tierra. Acorde al sistema de puntaje confeccionado por el organismo, aquellas que eran numerosas y que tenían experiencia rural eran las mejor consideradas.
En los años siguientes se siguieron realizando convocatorias. De modo que la colonia se convirtió en un espacio variopinto, donde se encontraban familias de distintos orígenes: japoneses, italianos, portugueses, polacos-ucranianos, alemanes, holandeses, españoles, argentinos, entre otros. Así, la colonia se configuró como una pequeña muestra de lo que fue el ingreso de inmigrantes en las décadas de 1940-1950 en Argentina.
A poco tiempo de instalarse las primeras familias en las tierras empezaron a funcionar distintos espacios que los nucleaba, resultado de la labor incansable de los colonos. La comunidad japonesa, por su parte, encontró su sitio para socializar en lo que sería la Asociación Japonesa de La Capilla, que funcionaría activamente hasta mediados de 1970.
Pero también se creó la cooperativa agrícola “Eva Perón”, que agrupaba a todos sin distinción de orígenes. Allí coincidían los varones para organizar compras de herramientas y gestiones que mejoraran la vida en comunidad. El “Ateneo”, ubicado en el lote de reserva N.º 12, concentraba el entretenimiento y la vida recreativa, donde usualmente se organizaban asados, jineteadas, kermeses y carnavales en los meses de verano, siendo también sede de encuentros escolares. Porque el elenco infantil también fue una pieza fundamental de la vida cotidiana en “17 de octubre”.
La escuela primaria N.º 4 “Florencio Varela” databa de finales del siglo XIX (1892). Había sido creada para escolarizar a los hijos de los puesteros de la zona, pero, cuando el paisaje comenzó a despoblarse, el establecimiento cerró sus puertas. La creación de la colonia revitalizó la labor educativa por la presencia de los pequeños colonos. En los primeros años funcionó informalmente en una edificación deteriorada, pero hacia 1956 fue trasladada a su ubicación actual. Los niños poblaron el paisaje de la colonia con sus partidos de fútbol improvisados y sus juegos a la hora del recreo, pero también con sus trabajos en los lotes, con los que contribuían a la economía familiar.
Muchos de quienes hoy recuerdan los inicios de la colonia eran apenas unos niños al llegar. Sus recuerdos se tiñen de imágenes que evocan la soledad inicial, el frío crepitante, el trabajo incansable y el barro. Los ratos escuchando radio, los picnics con la escuela, las idas al cine o al circo los fines de semana, eran recompensas que mitigaban las adversidades iniciales. En definitiva, era la vida familiar la que dotaba de sentido los sacrificios.
Los recorridos de las familias eran diversos. Algunas habían emigrado desde hacía varios años y trabajaban la tierra en otras provincias o partidos del conurbano. Otras habían llegado directamente, como algunos italianos que ingresaban a través de un convenio internacional que les facilitaba tierras, casa y herramientas. Vivir en la colonia para algunos fue agridulce, para otros una bendición, pero, para todos, la piedra basal de su progreso y un espacio de aprendizaje. Sin importar sus trayectorias, experiencias u orígenes, todas compartían un propósito: encontrar en la colonia su lugar en el mundo. Y así lo hicieron.

_________________________________

La autora agradece a los/as entrevistados/as por el tiempo, fotos y recuerdos que generosamente brindaron para el trabajo realizado, y del cual este artículo es un extracto. Para más información, consultar el libro Colonizar en el periurbano. El caso de la colonia agrícola 17 de octubre-La Capilla (Florencio Varela, 1946-1966), Universidad Nacional de Quilmes: Bernal, 2017.

 

(*) CONICET/CEAR-UNQ


TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE