EL OTRO VOS

El saludador



Edición Impresa » 01/11/2018

Por Nahir Haber

A mi Jorge nunca me tuvo que apretar la mano para que salude a alguno de los viejos con el que estaba hablando. Saludar es algo banal, superfluo y efímero y suena medio estúpido pero siempre me pareció un acto solemne al efecto positivo que causa en el otro recibirlo. Siempre y cuando sea genuino. Sino no.
Cuando no había paso bajo nivel, entre 2004 y 2007 en la plazoleta de la avenida San Martin estaba el «saludador» un tipo al que apodamos así porque se paraba en un punto estratégico y cantaba afónico, y sin aire decía: «buenos días señor, buenos días señora» y nos cagábamos de risa, estaba loco. Pero todos queríamos que nos salude. Todos. Por eso pasábamos cerca.
Yo no sabía hasta hace poco pero parece que el apretón de manos se empezó a utilizar en la Edad Media, cuando los caballeros para saludarse se daban la mano contraria al lugar donde llevaban la espada (que solía ir colgada de la izquierda). Este trance aseguraba al contrincante que no iba a sacar la espada de repente para atacarlo. Sí, otra tradición bélica. Aunque el saludo viene de un poquito más lejos que eso.
Es gracioso dividir los países según el tipo de saludo que tienen y pensar cuánto habla eso del perfil. Los rusos se saludan con tres besos, por ejemplo, tanto a hombres como a mujeres. Esto besos se dan cercanos a la comisura de los labios. Aunque en algunas regiones se llegan a dar hasta seis besos. En Alemania la manera de saludarse depende de si conocés a las personas o no, la hora del día y de la región. Por lo general, con un apretón de manos, un saludo y tu nombre basta. Pero también se saludan con dos besos. Los españoles se dan dos besos. Pero si no conocés a la persona, en muchas ocasiones no se saluda. Entre familia un beso es más que suficiente. Aunque entre dos hombres siempre la mano. Los británicos se saludan con un hola y ocasionalmente se dan la mano. Los yanquis son mas reacios a saludar con besos pero a veces se dan la mano. Sus hermanos canadienses algo más respetuosos con el espacio personal, se saludan con un buen apretón de manos y con un beso si son personas más cercanas.
Mis preferidos son los groenlandeses: usan lo que llaman el «kunik», que es algo así como un «resoplido de afecto», en donde literalmente huelen y aspiran el olor del otro, acercando su nariz. Y en segundo lugar los maoríes, emplean el saludo «hongi». Juntan su frente y nariz con la otra persona y aspiran «su aliento vital», algo que habla más de la marca de dentífrico que de la energía.
Hay saludos protocolares explícitos que se utilizan para marcar jerarquía, como con la reina de Inglaterra, a quien sólo se puede saludar con un apretón de manos suave luego de que ella extienda la mano. Y otros implícitos, como el sonido de las ruedas de la camioneta y el portón abriéndose que marcaban la llegada de Jorge y nos hacían correr para ordenar el quilombo que habíamos dejado en la mesa.
Los varelenses también somos selectivos para saludar. Saludamos por educación, porque «me cae bien», porque me gusta, porque es mi jefe, porque quiero caer bien, porque necesito o voy a necesitar algo del otro. Porque no quiero que diga que no me salude, porque me da miedo. Porque lo conozco hace mucho tiempo y lo quiero demostrar. Porque lo conocen otros.
Pero de alguna manera (y no le vamos a echar la culpa a la tecnología), saludar se transformó en un exceso de información. Antes saludábamos al chofer del colectivo, al profesor, a los padres. Saludábamos en los grupos de whatsapp a la mañana. Saludábamos a la bandera.
Reivindiquemos al otro con el saludo, sintámoslo, olámoslo y enfrasquemos olores de saludo y sensaciones recónditas. Rompamos el protocolo si ese otro lo amerita. El saludo convierte a los nadies en alguien para uno y uno para alguien. Aprehendamos del saludador.
Un abrazo.


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