EDITORIAL

Justicia



Editorial » 01/01/2017

El procesamiento de Cristina Kirchner por corrupción es un paso adelante de la Justicia. Esta vez, no se trata de un invento de «la prensa hegemónica», ni de una maniobra del «neoliberalismo». Ni siquiera de una «conspiración imperialista». Se trata de un juez que se expidió en una causa penal considerando que la ex Presidente de la Nación formó parte de una asociación ilícita, junto con otros oscuros personajes, algunos entre rejas desde hace meses, también increíblemente enriquecidos durante el felizmente sucumbido kirchnerato.

La maniobra por la cual se adjudicó la obra pública a los «amigos y socios del Poder» durante la última década quedó expuesta con toda claridad. No hay como explicar los hoteles alquilados para dejarlos vacíos, ni los contratos pagados sin que las obras se hayan terminado. Ni los privilegios que beneficiaron a un ex empleado bancario transformándolo en uno de los hombres más ricos del país. Tampoco hay cómo justificar el crecimiento patrimonial de una ex mandataria que dijo ser «una abogada exitosa» pero nunca ejerció como tal, del mismo modo que oportunamente se victimizó reescribiéndose un «pasado a medida» convirtiéndose en una víctima de la Dictadura, cuando en realidad durante los años de fuego estuvo junto a su marido en el Sur, usufructuando la circular 1050 para acumular propiedades a costa de la usura.

Pero la noticia judicial que cerró el año sólo parece ser el comienzo de una cadena de hechos similares. Si los jueces se deciden a aplicar la ley sin especulaciones, varios ex funcionarios nacionales, provinciales y municipales deberían seguir el camino de Cristina y aún terminar en la cárcel.

La derrota del kirchnerismo no sólo dejó tierra arrasada y cajas vacías. También dejó una gran cantidad de cabos sueltos, seguramente descuidados en la creencia de que perder las Elecciones era poco menos que imposible. Prácticamente no quedó ámbito estatal donde no se destapara una olla de corrupción. Y lo que aconteció a la vista de todos a nivel nacional, tuvo sus centenares de réplicas a nivel comunal en todo el país.

El caso de Julio Pereyra en Florencio Varela es uno de los más representativos. Con casi un cuarto de siglo en el poder, el viejo barón del conurbano sobrevivió a Menem, Duhalde, y los Kirchner, pero ahora tiembla ante la denuncia por enriquecimiento ilícito presentada por la diputada Carrió. Pereyra tampoco imaginó nunca que Scioli y Aníbal Fernández iban a perder las Elecciones. Y no le va a resultar fácil «poner en regla los papeles» cuando el Juez Armella lo llame a declarar y explicar de dónde salieron y cómo se mantienen las lujosas propiedades de las que él y su entorno disfrutan con impúdica soltura.

Faltan sólo meses para que el Intendente busque convencer a Su Señoría de que se volvió millonario porque se ganó la Lotería, juntó millones de dólares con sus conferencias magistrales en el exterior o vendió el cobre de los cables con los que trabajó en su época de empleado telefónico, porque con su sueldo, las cuentas no le dan. No la va a tener fácil, eso seguro. El entorno de una ciudad saqueada, donde sus socios políticos se pasean ostentando sus riquezas mal habidas y su impunidad, no lo ayuda demasiado.

La hora de la Justicia está llegando también para él. Nunca es demasiado tarde para ello.


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