ENTREVISTA

Osvaldo Barbieri



Entrevistas » 01/02/2018

Osvaldo Barbieri tiene 79 años y nació el 10 de noviembre de 1938 en Bosques. Rosa Etchechuri es su esposa hace más de medio siglo, Silvio es su hijo y tiene tres nietos. Se fue a vivir con su familia a Buenos Aires cuando era muy pequeño, e hizo la primaria en la Escuela República de Honduras, de La Paternal. Años después de la temprana muerte de su padre retornó a su pueblo natal, donde fue integrante de unos de los recordados equipos de fútbol del Varela de ayer: ROLO, formado por las iniciales de sus tres hermanos y él. Hoy, y a la edad en la que muchos optan por quedarse en su casa y simplemente descansar, Osvaldo continúa trabajando con la fuerza de siempre, y hace corretajes para un bazar de Bernal, una actividad en el que ya lleva más de 35 años. Con él dialogamos en uno de los primeros días de 2018.

-¿Qué recuerda de su infancia?
-Vivíamos en una casa que todavía existe, sobre la Avenida Hudson, y en esa época era de tierra. Había pocas casas, una cada quince cuadras, y estaba el campo de Calvi, que era pariente de mi abuela. Mi papá tenía un pequeño tambo. Yo era el menor de cuatro hermanos.
-¿A qué jugaban?
-Jugábamos entre nosotros, porque no había más chicos. Don Eugenio Calvi, que era tío de mi mamá, repartía comestibles una vez por semana. Entre las cosas que llevaba, estaban los huevos. Una vez mis dos hermanos mayores agarraron un cajón y se entretuvieron rompiéndolos contra una pared. Otra diversión era juntarse a oír la radio. En esa época había radios a batería, pero no todos la tenían. En una casa cercana, donde vivían dos hermanos solteros, en el Barrio Cortez, que se llamaba así por el almacén de Cortez, papá ataba el sulky y todos íbamos a la noche a escuchar una novela. El tenía la radio y los vecinos, la batería.
-Después se fue de F. Varela por unos años…
-Cuando tenía unos cuatro años nos mudamos a La Paternal. Allá mi papá tenía un reparto de leche a domicilio. Todos los repartidores andaban con carros, y mi papá usaba un triciclo, en el que se cargaban unos seis tarros de 20 litros. Mi hermano Luis y yo repartíamos leche con él. Papá falleció cuando yo tenía 10 años.
-¿Cómo era él?
-Era maravilloso… Lo perdí siendo muy chico, por un cáncer. Recuerdo la última Nochebuena, en 1948, él estaba internado en el Hospital Alvear, y la pasamos ahí, con él.
-¿Qué cosas le enseñó?
-Me dio ejemplos de vida. Nos mandaba a estudiar… Y nunca nos pegó.
-¿Y su madre?
-Por suerte la tuve unos años más. Murió en los años 70… (se emociona) Era la mejor de todas. No sabría explicarlo. Todas las noches le doy un beso a su foto en la mesita de luz.
-¿Cocinaba?
-Sí… Tallarines, ravioles, todo amasado por ella. Y nunca comí zapallitos rellenos como los que hacía.
-¿Conoció a sus abuelos?
-A mis dos abuelas. La materna era Rosa Calvi de Devincenzi, tía de Guillermo y Martín Calvi, y la paterna, Jerónima. Las dos vivieron más de 90 años. Mi abuela paterna conoció al médico a los 88 años, cuando se tuvo que operar de la vista. Hasta ese momento nunca había visto a un médico. Cuando mi padre murió lo enterraron en Varela. Y antes se solía ir al cementerio con la familia a visitar a los muertos. Entonces nos reuníamos, como también en los cumpleaños. El trato con los abuelos era más distante. Yo nunca las tuteé. Eso sí, eran buenísimas.
-¿Cómo fue que resolvieron volver a nuestra ciudad?
-Allá alquilábamos casa. Todas las hermanas de mi mamá insistían en que volvamos, hasta que apareció una casa en venta, en la calle Belgrano, al lado de ese gran hacedor de chorizos que era Devincenzi. Yo tenía 18 años. Pedimos un préstamo y se compró.
-¿Cuál fue su primer trabajo, después del reparto?
-Mis hermanos y yo trabajamos en un taller metalúrgico, donde se hacían cacerolas, pavas, todo de aluminio. Era de un tano buenísimo que me tomó para darme una mano. Yo tenía once años… Después el Tano cerró el taller y me colocó en otro, que estaba a la vuelta de mi casa. Estuve unos meses viajando de La Paternal a Varela hasta que empecé a trabajar acá. Un primo de mi mamá me consiguió trabajo en la cervecería Quilmes. Yo tenía menos de 20 años y no era común que te tomaran a esa edad, porque aún no habías hecho el servicio militar. Pero nosotros no lo hicimos… Por trampa.
-¿Cómo fue eso?
-Un señor de Lanús, que era periodista y se llamaba Delfino, se dedicaba a salvar gente de la conscripción. Y nos salvó a todos. Por sostén de madre viuda, por sostén de abuela… Ni mis hermanos ni yo la hicimos. En la cervecería estuve dos años, con la descarga de camiones. Y más tarde Reinaldo Devincenzi me hizo entrar en Alpargatas, donde estuve más de 20 años… Era 1959.

-En Alpargatas trabajaban muchos varelenses…
-Sí. En mi Sección estaban Omar Landaburo, Soler, y ahí conocí a la que hoy es mi señora, que nació en Sierra Chica, pero vivía acá, donde había venido para curarse de una enfermedad. Cuando llegó trabajó un tiempo en la casa del Dr. Antonio Bengochea. Ahí la querían mucho. Y después de ella fue a trabajar ahí una de sus hermanas que prácticamente crió a Sergio Bengochea y su hermanita.
-¿Cuáles fueron sus primeros amigos acá?
-Landaburo, que además fue mi compadre, Juan Carlos Calegari, que fue Gerente del Banco Provincia…
-¿Qué hacía en su juventud?
-Uno de los entretenimientos era ir a la tarde a sentarse en la confitería Astor, que estaba en Monteagudo, justo enfrente de La Patriótica. Tenían un salón largo y un billar y sacaban las mesas a la vereda. Es más, una noche, las pusieron en mitad de la calle… Era de los hermanos Arué, a los que les decíamos los Turcos. Ahí se reunía la muchachada de nuestra edad. Y esa confitería tenía su equipo de fútbol, que se desarmó. Ahí fue cuando Landaburo, que lo integraba, nos dijo a mis hermanos y a mí de armar otro equipo.
-El famoso ROLO…
-Sí. Por las iniciales de los cuatro hermanos: Ricardo, Oscar, Luis y Osvaldo…
-¿Antes hubo un bar con ese nombre?
-En 1961, en la calle Belgrano 330, a una cuadra del bar El Líbano, abrimos un barcito, y como nombre le pusimos las iniciales de los cuatro, que sonaba bien: ROLO. Y una noche decidimos armar un club, que también se llamó ROLO. El primer presidente fue Juan Basev. Y tuvimos unas muy lindas temporadas.
-¿Dónde jugaban?
-En Villa Susana, Villa Vatteone, Zeballos, Belgrano, donde jugaba Defensores, con los hermanos Romero, Ambrosio y Toscano. Uno de ellos, Ambrosio, jugó en la primera de Huracán y en Temperley. Eran campeonatos relámpago, que empezaban un sábado y a lo sumo terminaban el domingo. A veces nos quedábamos en el bar hasta las tres de la mañana y a las ocho estábamos jugando al fútbol. Hasta tres partidos en un mismo día.
-¿Qué otros conjuntos disputaban esos torneos?
-Defensores de Belgrano, Villla Susana, Independiente de Zeballos, 20 de Junio, Santa Rosa, La Esmeralda, Independiente de Bosques…
-¿Y usted de qué jugaba?
-Jugaba de cuatro y a veces de seis.
-¿Pegaba patadas?
-No. Si tenía una pequeña virtud era la rapidez y el anticipo. No era un gran jugador pero era muy rápido para marcar y a pesar de mi poca estatura cabeceaba bien. En el arco había un muchacho, González, al que le decíamos Mambo. Un gran arquero. Y si había mujeres en la cancha se agrandaba y volaba más aún. Abajo estaba Roberto Sánchez, que vive todavía en Villa Vatteone, Mario Rodríguez, venido de Entre Ríos, el mejor dos que vi en Varela, que no pegaba, pero pateaba y cabeceaba como una mula. Cabeceaba en el área y pasaba la mitad de cancha. Yo de seis y de tres Oscar Tipol, que jugó algún partido en la primera de Estudiantes, muy buen muchacho, que falleció hace poco. De cinco mi hermano Oscar, y unos muchachos que venían de Buenos Aires y de La Plata. También jugó Nando Parenti, una gran persona… Y tuvimos una racha muy buena, porque muchos partidos se definían por penales. Y en eso éramos especialistas: Mario Rodríguez que pateaba y el Loco Mambo atajando… Era difícil que perdiéramos.
-¿Los cinco penales los pateaba el mismo jugador?
-Sí.
-¿Recuerda algún rival destacado?
-En Defensores de Varela. Los Romero, los García… Nacho fue el mejor cinco que ví en Varela… Nicanor Magdaleno, mejor aún como persona que como jugador, Valdez, un siete petisito… Aramburu… Y un «dos» que jugaba muy bien era Llanos, muy vehemente y aguerrido. Había que tenerle miedo. Otros jugadores buenos eran en Independiente, Luciano y Renzo Bianchi, Vaquita… Había jugadores que hoy podrían jugar en la Primera de cualquier equipo, aunque en el fútbol de ahora no hay espacios, es muy difícil.
-¿Iba a bailar?
-Poco. Empecé a concurrir a los bailes con mi señora. A «Los Locos que se Divierten», por ejemplo. Recuerdo que en un carnaval de 1962, cantó Julio Sosa, y fue la única vez que nos acompañó mi suegra al baile porque había venido una prima de Ituzaingó. Sosa, con quien teníamos un amigo en común, se sentó en la mesa con nosotros y tomó un whisky.. Tenía unos dedos que parecían chorizos. Pidió un whisky y se lo sirvieron con esos vasos altos que se usaban antes, y le pidió por favor a la prima de mi señora que le sacara los cubitos porque él no podía. ¡Los dedos no le entraban! Al año siguiente se mató.
-¿Quién es su «personaje inolvidable»?
-El famoso Bicho Moro Calegari. Un tipo bohemio, pero muy buena persona. Trabajaba en la tienda de Gutani, en Monteagudo. Después puso una boutique enfrente de la Estación, pegada a una pizzería. Ahí estaban el bar de los Vascos, el bar de los portugueses y la boutique. Era el prototipo del varelense. Las tenía todas…
-¿Tiene alguna anécdota sobre él?
-Sí. Le gustaba jugar a las cartas por plata. Una vez estaban en un rancho jugando y sintieron que les golpeaban la puerta; «Abran, la policía», dijeron desde afuera. Se escapó por una ventana y se tiró sin saber a dónde caía… y fue a parar encima de un policía. «Soltame que soy el hermano del Intendente» le decía…
-Claro, era el hermano de don Luis…
-Sí. Y una persona genial.
-¿Está contento con su vida?
-Muy contento. Me declaro un afortunado. Lamento que dos de mis hermanos se hayan ido pronto, pero fui afortunado. Cuando trabajábamos con mi señora en Alpargatas en 1971 el jefe nos mandó a capacitar gente a Tucumán durante un año y medio. Y eso ayudó a pagar la casa, que la habíamos comprado con un crédito hipotecario.
-Hablando de su señora, ¿qué nos puede decir de ella?
-Que es una vasca bárbara… Le debo a ella lo que tengo. Me hizo comprar un terreno, y la plata no nos alcanzaba. Pero fuimos juntando de a poco… Y acá hay otra anécdota: con mis amigos hacíamos una polla de fútbol, poniendo plata cada domingo. El que ganaba se llevaba la mitad de lo que se juntaba y la otra mitad quedaba para el premio de fin de año. Y la gané yo… Por eso digo que soy un afortunado. Con eso terminamos de pagar el terreno.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Tengo muchas cosas que agradecerle y otras que le reprocharía… Todo lo que me ayudó por un lado, y lo que me sacó, por el otro.


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