Las hermanas Robledo, en la tumba de su hermano en Malvinas



Edición Impresa » 01/05/2018

El recuerdo de Malvinas vuelve. Antes, durante y después de cada abril, cuando imágenes, sonidos y vivencias se hacen notoriamente presentes.
Este año es uno de los más particulares en esta historia que acaba de cumplir 36 abriles en el alma y los corazones de millones de argentinos porque por primera vez, los caídos en el territorio insular recuperaron su identidad en cada una de las cruces en el cementerio de Darwin, gracias al trabajo de identificación de restos por el ADN, realizado por la Cruz Roja Internacional.
En marzo en las páginas de Mi Ciudad conocimos la historia de Laura Fedele, mamá del soldado Miguel Angel Arrascaeta, muerto en el último día de combate en el Monte Longdon y que fue uno de los primeros en ser identificado.
Desde Florencio Varela al sur, salieron decenas de combatientes y cuatro quedaron en las Islas para siempre: el ya nombrado Arrascaeta, Ramón Solorzano, Pedro Orozco y Sergio Robledo.
Aún recordamos el peregrinar del padre del soldado Robledo, Don Feliciano, por radios, diarios y por cuanto lugar lo llamaran para contar la historia de su muchacho, quien murió con apenas 19 años y cinco años después de la guerra recién le confirmaron que había muerto porque hasta entonces figuraba como “desaparecido”. Esa angustia e incertidumbre marcó para siempre a su familia. Y hoy, las hermanas Robledo están de vuelta del inolvidable viaje que hicieron a las Islas el lunes 26 de marzo cuando fueron a homenajear y visitar la tumba de Sergio, aquel que se fue un día a hacer la conscripción a Ushuaia para nunca más volver.

 

-¿Cómo fue llegar a las Islas después de años de incertidumbre, dolor y resignación?
-Ruth: Bastante emocionante fue sólo llegar al Cementerio de Darwin sabiendo que mi hermano estaba ahí. Una sensación ambigua porque también teníamos alegría de saber que él no estaba tirado por ahí como se dice y pensando en mis padres quienes ya fallecieron. Ellos cuando fueron a llorar, lloraban a alguien que no era. Está bien que era otro soldado que es un “hermano” nuestro pero el saber ahora que él estaba ahí, debajo de esa tumba fue muy emocionante.
-¿Cuándo comenzaron los análisis del ADN, Don Feliciano aún vivía?
-Nora: Si. El firmó la autorización y yo como estaba cuidándolo también firmé, pero cuando llegó el momento de sacar la sangre mi papá había fallecido y por eso me sacaron a mi. Con eso pudieron cotejar y el ADN dio 99,9% positivo.
-¿Luego que reconocieron el cuerpo volvieron a hablar con ustedes y darles un informe?
-Ruth: Si. Primero nos llamaron por teléfono para decirnos que había sido positivo el reconocimiento con el ADN. Y después vinieron para contarnos como había sido todo el proceso.
-Nora: Y también nos dijeron por teléfono que había una posibilidad de viajar, así que imagínate lo que fue eso.
-¿La tumba de Sergio estaba muy lejos de donde sus padres cuando fueron, pusieron flores?
-Ruth: Él está justo frente a la cruz y donde fue mi papá y mi hermana Beatriz que también viajó en 1999, era una de las últimas tumbas.
Nora: Y ahora yo me preparé un crucifijo con el nombre de él, me lo armó un muchacho que hace ese tipo de trabajos en la Galería San Francisco…Y eso es lo único que dejamos allá en su verdadera tumba.

-Cuantos sentimientos encontrados habrán tenido estando allá….
-Ruth: Fue algo espectacular. El cementerio era ordenado, muy limpio y muy cuidado porque hay gente que lo cuida. Hubo una misa, vimos la emoción de todas las madres que aún están vivas, fue conmovedor.
-¿Imaginaron este desenlace?
-Ruth: Sinceramente no, pensamos siempre que todo iba a quedar así pero esto fue maravilloso.
-¿Hablaron con los familiares del soldado adonde ustedes habían puesto flores?
-Ruth: Si, fuimos y les contamos. Son de Hurlingham. Fue también muy fuerte ese momento.
-¿Cómo era Sergio?
-Ruth: Era el más compinche mío porque nos llevábamos dos años, era salidor, íbamos a bailar, salíamos a pasear. En esa época ya estaba trabajando porque ya había terminado la escuela… Era una vida normal hasta que le tocó la colimba en Ushuaia… (se emociona).
.¿Se enteraron rápido de su muerte?
-Nora: Cinco años después. Mientras tanto era desaparecido, lo buscábamos y no aparecía por ningún lado y había sido que un muchacho que no tenía la medalla, se la sacó a él estando ya muerto para poder volver al continente… Cuando apareció la medalla de él, supimos dónde estaba….
-No puedo imaginar la inquietud de sus padres…
-Ruth: Nunca perdieron la esperanza de volverlo a ver….
-Nora: Tuvieron hasta el último día la sensación de que iba a llegar….
Un silencio nos invade y viene acompañado por una emoción que cierra la garganta. La mirada de estas tres mujeres denota una mixtura de cansancio y alegría por lo vivido. Este otoño que llegó tiene aroma al cierre de una etapa, un aire de serenidad que les va a costar un poco asimilar y un pedido: “Nunca se olviden de ellos. Mi hermano está fallecido y estará por siempre en nuestros corazones pero los muchachos que volvieron, necesitan que la gente los recuerde siempre porque ellos fueron a dar su vida por el país, aunque no hayan muerto. Y no sólo recordarlos el 2 de abril sino por el resto de los tiempos”.
Ojalá así sea.


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