Rafael Rivarola, el hombre que le cortó el pelo a Leguizamo



Entrevistas » 03/07/2020

Con solo escucharlo hablar, uno se da cuenta de que el hombre tuvo –y tiene- una vida feliz e intensamente vivida. Aunque en Florencio Varela todos lo conocen como el histórico peluquero del salón «Salako´s», Francisco Rafael Rivarola presenta en su haber una variada gama de actividades: fue boxeador, futbolista, corredor de caballos, jugador de bochas en la López Romero y el club Villa Susana, fundador de la Asociación Amigos del Tango local y hasta tuvo una fábrica de gaseosas y un parque de diversiones. Nacido el 4 de junio de 1942 en un pequeño pueblo de Córdoba, Rafael trabaja en el local de Pina Messina y Elbio Gross, sobre la calle Monteagudo, vive con su pareja, Karina, tiene tres hijos: Sergio, Gustavo y Ariel, y cuatro nietos.

 

«Mi viejo tenía campo –relata a Mi Ciudad-. Era muy derecho y laburador. Y nosotros lo ayudábamos. Tenía una chanchería y varios animales. No solo chanchos, sino también ovejas, vacas, caballos… Era bravo, de los de antes, y tenías que pedirle permiso para ir a bailar aunque ya fueras grande. Eso sí, era querido por todos. Mi vieja era una santa. Nunca pasamos hambre porque al tener campo, teníamos de todo. A los ocho años, mi viejo me llevó a ver a un mecánico que se llamaba Eduardo Estéfani, y le preguntó si tenía algo para que yo trabaje, porque no quería que estuviera en la calle. «Pero no le pagues», le dijo. Me pusieron a lavar piezas del taller con querosén. Y no me pagaron. A los trece años ya empecé a cortar el pelo».

 

-¿Conoció a alguno de sus abuelos?
- Sí, a Frédito Medina, el papá de mi mamá. Te trataba de usted: «¿Cómo le va nieto, todo bien»? me decía. No venía mucho, pero cuando te miraba ya imponía respeto.
-¿Cómo se inició en el oficio?
-Mi tío, Bailón Medina, era el peluquero del pueblo y me empezó a llevar a su local para barrer el piso, y de paso, ver y aprender. A mí el trabajo en el campo no me gustaba así que empecé a dedicarme a eso. Al tiempo fui a trabajar a Hernando, que estaba cerca, y me la fui rebuscando. Después me tocó la colimba y me mandaron a hacerla a Buenos Aires, en Palermo. Preguntaron quiénes éramos peluqueros y había tres, así que nos tocaba cortarles el pelo a todos los soldados. Al poco tiempo se enfermó el peluquero del Casino de Oficiales y me mandaron ahí., donde me quedé hasta el final de la conscripción. Estaba como un rey y comía de lo mejor. Como conocíamos a una familia de Varela, los fines de semana me quedaba en la casa de Teresa Domínguez, sobre la López Escribano, cerca del puente caído. Ahí yo ayudaba al hombre de la casa, que tenía una parrilla en El Ombú.
-¿Cuándo salió volvió a Córdoba?
-Sí, y en esa época salimos campeones de la Liga de Fútbol, con un equipo local, Huracán. También por esos años pusimos un parque de diversiones con un amigo. Colgábamos una cámara en un arco y pateábamos la pelota haciéndola pasar por ahí. Como nosotros le pegábamos bien a la pelota y la embocábamos, todos los chacareros querían hacer lo mismo, y pagaban por cinco tiros, pero tiraban a cualquier lado… ¡La plata que nos dio esa cámara! Y también practiqué boxeo.
-¿Combatió como amateur?
-Sí. Tuve varias peleas. Y me las arreglaba bastante bien. Cuando íbamos a otros pueblos donde nos tenían bronca por el fútbol, mis amigos me llevaban y como los otros sabían que yo boxeaba no se armaba kilombo…
-Sabemos que siempre le gustaron los caballos. ¿También corrió?
-Sí. Cuando tenía unos 16 años corrí caballos de carrera… Había pollas, que eran de hasta siete caballos, y cuadreras, que eran de dos caballos. Mi tío Wichi Rivarola fue el que me inició en esto. Una vez éramos siete corriendo y veníamos palo y palo, y cuando estábamos llegando a la meta lo paré al que estaba al lado mío poniéndole el pie en el pecho al caballo y le gané por un pescuezo. El tipo me quería matar. Me daba con la fusta y se armó un lío enorme. Pero yo le decía «yo no lo toqué»…

-¿Cómo siguió su profesión?
- Fui a trabajar a Córdoba Capital, frente a la Terminal, y de ahí a Pueblo Colón, con una peluquería que además, era una peña folklórica. ¡Algunos venían a cortarse medio tambaleantes, con el vaso en al mano…! Después vine a Varela. Entré a trabajar a una peluquería que estaba cerca de la avenida 12 de Octubre y después con Pedrito Borroni en el Cruce, sobre Balcarce. Ahí estuve muchos años. El fue como un segundo padre para mí. Y después me fui al Centro. En el Salón Mónaco, en calle Florida, y en la Galería Rimo, en Suipacha. Los dueños se llamaban Bruno y Francisco. Y ahí, le corté a Leguisamo…
-¿Cómo fue eso?
-El iba siempre. Cuando me dijeron si me animaba a cortarle, dije «sí, como no…» Era un señor. Hablaba de todo, era sencillo y muy conversador con los suyos. Le pedíamos una fija, y cuando se iba nos decía: «¿Quieren la fija?: no jueguen…». ¡Esa era la fija que nos daba!
-¿En dónde más trabajó?
-En Bariloche, en Neuquén, en Río Grande, en Comodoro Rivadavia… Siempre me gané el mango. Soy muy aventurero. Y hará unos 20 años, unos muchachos argentinos me llevaron a un salón en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Al poco tiempo me pidieron que manejara la peluquería, pero me volví por un tema familiar.
-¿Es cierto que fue dueño de una fábrica de gaseosas?
-Sí. Majestic. Funcionó unos años en Camino General Belgrano y Braille, en el Cruce Varela. Después se la vendimos a una gente de Neuquén porque no era competitiva.
-¿También tuvo boliches?
-Sí. El Café Berlín, frente al Hotel Uno más Uno, en la Ruta 2, con Néstor Pena, que era director técnico de waterpolo en Independiente… Y un bolichero de primera. Después tuvimos Coctail, en Mosconi y Monteverde.
-¿Qué tuvo que ver con el nacimiento de la Asociación Amigos del Tango local?
-Soy el fundador… Un día le estaba cortando el pelo al Intendente Pereyra y le dije que quería poner una tanguería. Y me dijo «No. Yo quiero una asociación de amigos del tango», y vos la vas a manejar. La llamó a Mirta Luz, la Secretaria, y le dijo que se le diera curso urgente, que juntara doce personas y empezáramos. La primera sede fue en la calle Alberdi, donde estaban las canchas de paddle, después pasamos a la Estación, y por último a 25 de Mayo y Vélez Sársfield… Cerró, pero quiero ponerla de nuevo.
-¿Cómo empezó Salako´s?
-Yo había vuelto a trabajar con Pedrito, en el Cruce, y le dije que me quería independizar pero no nos queríamos ir muy lejos de donde estábamos. Así que, nos dijo que no tenía ningún problema y con su consentimiento, nos fuimos a la vuelta, sobre Calchaquí.
-¿Por qué le pusieron ese nombre?
-Los dueños éramos tres. Manuel, español, Jorge, uruguayo, y yo. Intentábamos combinar los tres nombres y no nos salía nada. Así que le pusimos Salako´s, por un cantante que estaba de moda. Jorge era un gran peluquero. Dante Carmelo, que tenía una peluquería muy importante en Buenos Aires, se lo llevaba siempre a la temporada de Punta del Este… Ahí estuvimos como 15 años.
-Hasta que se vino para Varela Centro…
-El que me trajo fue Osvaldo Moreno. Era un pingazo. Y qué joven murió… Me llevaba la barra a cortarse el pelo al Cruce y me decía que tenía que mudarme para acá. Un día me dijo que ya había encontrado un local. Y me trajo a la calle Monteagudo, en 1977, cerca de donde ahora está Pina. Ahí batimos todos los récords. Algunas veces nos quedábamos cortando hasta las 3 de la mañana. A algunos muchachos que venían a cortarse desde El Pato y otros lugares les hacíamos certificados, pata que les creyeran que habían estado en la peluquería. Los martes a las seis de la tarde ya no quedaban más turnos para el sábado. Y a veces nos quedábamos después de las tres, a jugar al pase inglés…. Después nos mudamos a un local que estaba en la parte de adelante del salón de los Bomberos, donde ahora está el Bingo. Y de ahí, fuimos a mi casa en Alberdi 573, y después, a Alberdi entre San Juan y Sallarés. Siempre tuve mucha suerte. Soy un agradecido y adoro este oficio.
-Cuéntenos alguna anécdota…
-Una vez, Carlitos de la Fuente, al que le corto el pelo desde que tenía 7 años, estaba con su ex esposa, pasó una chica y le dijo «Qué hacés, Carlitos», y la mujer le preguntó quién era, de donde la conocía, Carlitos le dijo «no me saludó a mí. Lo saludó a él». «Pero si él se llama Rafael», le contestó la señora. Y le dijo: «Carlos Rafael, se llama…». Y desde ese día, me dice Carlos Rafael…
-¿De quién aprendió algo en la vida?
-De George Benatard, Fundador de la Unión de Peinadores Argentinos.
-¿Quiénes son sus amigos?
- A Elbio lo tengo como un hijo, es un tipazo. Su hermano también es buena persona, y Pina, su madre. Y otro gran amigo es m cuñado Mario Rubina, el «Barba» Daniel… Hay otros, pero no quiero nombrar más porque me voy a olvidar de alguno.
-Imaginamos que habrá visto todos los cambios de la moda en los cortes…
-Sí. Antes, al hombre había que hacerle una cuadratura en la cabeza, esculpir el pelo, trabajarlo. Ahora le pasan la máquina y listo… La cabeza es una caja y la forma de dejarla bien es armando el corte con sus ángulos. Nosotros hacíamos mecha a mecha con navaja… Ahora a algunos si les das una navaja se cortan los dedos. Y yo no los critico, porque es la moda. Yo también tuve que aprender y adaptarme.
-Es obvio que está muy contento con su vida…
-Sí. Soy un tipo al que le gusta escuchar. Siempre digo que nunca se termina de aprender. Me gusta cosechar amistades…
-¿A Dios que le pediría?
-Que le dé salud a mis hijos y mis nietos.
-De esos nietos, ¿ninguno salió peluquero?
-No, ninguno.
-Pero seguro usted les habrá cortado a ellos…
-Y sí, de eso no zafé…


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