¿Qué hacemos?



Edición Impresa » 01/09/2020

Voy a pensar un momento en esas gentes que, desconociendo las reglas de higiene que rigen por ley en la Nación, tosen, estornudan y se amontonan en espacios públicos, y también pensaré en esas personas que piden a gritos que salga el ejército, la policía y algún otro tipo de personal a reprimir. El decreto de emergencia por el estado de pandemia dice la palabra «reprimir», aunque un par de personas a favor de tomar medidas me explicaron que no se reprime, solo se hace cumplir la ley. ¿Y al que no la cumple? Se lo reprime, obvio.
Entonces, me da que pensar que el libre albedrío, algo que los cristianos suelen explicar con gran eficacia, es un don que se reserva a unos pocos. Porque hay un alto número de personas que acatan pero no cumplen, como en épocas de la colonia.
Instalado en lo más profundo de la sociedad argentina, está el hecho de que en cualquier circunstancia, hay muchas probabilidades de que lo estén engañando y que este engaño sea para favorecer a unos en detrimento de los otros. Cuando una ley se ocupa de los problemas de unos, saltan los otros a ver por qué no se ocupan de sus problemas y dejan que los unos se las arreglen solos. Partidos por la antinomia, donde cada uno de los enfrentados se considera acreedor del nombre Pueblo… ¡Pobre Pueblo! Cierto que la línea no es clara ni corta con derechura, porque los que están en un lado a veces parecen estar en otro, pero lo cierto es que cada parte beneficiada por una disposición pide a gritos (con unos cuantos insultitos o insultazos que van desde «inconsciente», « bruto falto de educación», «no solidario» hasta «negro de m...» o «haragán hijo de su madre») que intervenga el gobierno y los ponga en su lugar a los que no corren por la senda trazada.
Sin libre albedrío. Porque hay una desconfianza instalada en nuestra sociedad, que sin represión, siempre estarán los nombrados en el paréntesis anterior haciendo de las suyas y debido a esto las «cosas nunca se hacen bien».
Esto ya va para largo... De pronto, alguien con menos experiencia que uno, pide «sintetizá, tenés que aprender a sintetizar». Con esto de «sintetizar», muchas veces repetimos consignas, frases hechas, caemos en la falta de originalidad o somos empujados a ella. Y… Hay pequeñas cosas de la humanidad que necesitan muchas palabras para explicarse… y otras enormes que solo necesitan de una sola, por ejemplo: Libertad.
Algo que no existe prácticamente, pues nuestra libertad está hoy en manos de unos y mañana en la de otros que se parecen mucho y que sospechosamente sigo diciendo, sin temor a redundancias, «parecen» estar guiados por un mismo designio. Tal vez arrancaron en sus vidas con las mejores intenciones, pero por los acuerdos, componendas, imposiciones de todo tipo, fueron perdiendo la libertad de pensar y terminaron haciendo lo que no querían. Se nos arrea de un lado hacia otro, sin opción posible, pues el intento de usar aquello de «nuestra libertad termina donde comienza la del otro» pide a gritos la guillotina, el garrote, la horca o al menos unos golpes que nos obliguen a proceder del modo correcto.


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