David Kell



Entrevistas » 01/08/2021

Nacido en Entre Ríos el 7 de mayo de 1931 e hijo de inmigrantes alemanes, David Kell se esforzó duro desde muy niño logrando progresar y también, formar una querida y tradicional familia de nuestra ciudad.
A sus 90 años recientemente cumplidos, aún conserva su porte erguido y su mirada profunda. También su humor y su memoria. La sutil compañía de un bastón no impide su rápido desplazamiento hacia el parque de su casa para la sesión de fotos de esta nota en la que nos contó algunas de sus vivencias, acompañado por su hija Fabiana, su yerno Marcelo, y su nieto David. Viudo de Virginia Nespeca, estuvo durante décadas al frente de un importante taller de chapa y pintura en el Cruce Varela. Tiene otros dos hijos, Gabriel y Viviana, y en total, ocho nietos.

La charla arranca contándonos que cuando era chiquito «trabajaba campo adentro». La definición intenta describir el sistema que su familia y las de muchos colonos habían elegido para sobrevivir, repartiendo a sus hijos para que cumplieran tareas en diferentes campos de la zona, a cambio de la comida, para juntarse toda la familia apenas una vez por semana para almorzar, cada domingo, tras lo cual volvían cada uno a sus labores.
-¿Cómo eran sus padres?
-Ellos eran gente de campo, trabajaban mucho, y tuvieron diez hijos. Papá era bravo con los peones, pero era bueno. Mi mamá era una mujer-mujer, de la casa, responsable de todo. Cocinaba y tenía un horno donde hacía el pan. Y tenía un libro muy grueso, que había traído de Alemania y que consultaba cada vez que alguno de nosotros se enfermaba o le pasaba algo. Así que hacía de médica también.

La referencia a su madre lo lleva a recordar dos accidentes que le tocó sufrir:
«Cuando yo tenía dos años, papá estaba arreglando la trilladora, y la puso en marcha sin darse cuenta de que yo estaba jugando con la máquina del otro lado, donde estaban la cuchillas. Yo tenía el dedito metido ahí… y voló todo. El dedo se cortó y quedó así (nos lo muestra) Otra vez estaba corriendo a unos pollos y como estaba con los zapatos embarrados porque había llovido, me caí encima de una guadaña, y me quedó media mano colgando… Mi mamá me la acomodó, la puso entre unas tablillas, la envolvió y me la curó. No se dio cuenta de que al estar la sangre caliente podía haber hecho lo mismo con el dedo...
-Cuéntenos alguna anécdota divertida…
-A fin de año, o en Navidad, se hacían reuniones en la casa más grande de los colonos. Íbamos todos los chicos y nos hacían rezar. Uno de los padres se disfrazaba de Papá Noel y nos daba regalos. Una vez ese Papá Noel me dijo que yo corría por el campo, que me había portado mal, que Dios me veía, y yo pensaba cómo podía saberlo… Vi que ahí estaba atado el caballo de mi papá, y eso me llamó la atención. Y años más tarde descubrí que ese Papá Noel era mi viejo.
-¿Cómo fue que vinieron a Florencio Varela?
-Mi papá no quería venir a Buenos Aires porque no quería dejar el campo,. Entonces mi mamá nos reunió a todos los hermanos y nos puso a votar. Todos dijimos que queríamos venir, y papá quedó solo, así que no tuvo otro remedio que aceptar. Vendió todo y vinimos en 1946.

En ese momento había una plaga de langosta en Entre Ríos. Se las combatía con unas chapas que se clavaban para que quedaran atrapadas y se las quemaba con unos lanzallamas que entregaba el gobierno. A esas plagas, David las llama «saltones» «porque no podían volar» y recuerda que una vez, con uno de sus hermanos, enterró una a ver cuánto tiempo vivía, y a los cinco días la fue a buscar y todavía estaba viva.


David y su familia llegaron a Florencio Varela, donde hacía un tiempo se había instalado, en Villa Vatteone, su hermana mayor, Alma. «Cuando vinimos éramos muy chicos, y empezamos a trabajar en un campo de viñedos de La Colorada, donde juntábamos uva. Después fuimos a trabajar con mis hermanos a una quinta de flores que estaba donde ahora funciona un mercado, en la esquina de Brasil y Av. Eva Perón, y más tarde en una quinta que era de un tal Trobia», cuenta.
«Nos mudamos a una quinta que estaba donde ahora funciona La Patriada, y que era de un doctor que era director del Hospital Rawson, de Capital. Él venía los fines de semana, hasta que vendió esa propiedad y tuvimos una vivienda propia, en donde ahora está el santuario de Schöenstatt, que era un campo lleno de animales», agrega. «Pusimos una casa prefabricada, pero era grande, porque éramos muchos hermanos y teníamos que vivir todos».

-¿Cómo fue que se dedicó a la chapa y pintura?
-Cuando ya éramos más grandes buscamos independizarnos en un trabajo, compramos unas bicicletas y empezamos a movilizarnos. Fuimos al corralón que Pisani tenía sobre la calle España, donde después estuvo el cine. En ese terreno se levantó un taller, y ahí aprendimos con dos de mis hermanos el oficio de chapista. Después, en una estación de servicio conocí al Bebe Martino, que era corredor de turismo de carretera, había volcado el auto y estaba buscando quien se lo arreglara. Yo lo arreglé y me propuso poner un taller. Ni corto ni perezoso, agarré viaje y tuve mi primer trabajo independiente, un taller en Mitre y Avenida San Martín.
-¿Cómo siguió la historia?
-Conseguí un crédito en el Banco Avellaneda, que estaba donde ahora está el banco Provincia, en el Cruce, y pude comprarme un terreno sobre la avenida Calchaquí, frente a los laboratorios de YPF. Pagué 50.000 pesos de adelanto, a los tres meses 100.000 pesos, y los 30.000 que quedaban los fui pagando. Una vez que tuve el terreno, me hice el galpón.
A su esposa, Virginia Nespeca, la conoció porque la veía cuando ella iba a la escuela nocturna, junto a su padre, que como era sereno de la planta FIFA, la acompañaba con una escopeta en el hombro. Pero el primer encuentro fue casi casual y así lo relata, vívidamente:
«Un primero de mayo andaba con mi sobrina Griselda paseando en mi coche por la avenida Vázquez, y casi en la esquina con España la ví, con una hermana y una amiga., Mi sobrina la saludó. Le dije ¿La conocés? Sí, claro, me dijo, como no la voy a conocer …Y le pedí que la llamara para que viniera hasta el auto. Vino, la hicimos subir y nos fuimos a Berazategui ,a una quinta, de Scoponi, donde tenía a sus parientes como medianeros, entre los que estaba Pedro Nespeca., al que también traje a la vuelta a Varela».
-¿Y cómo fue ese noviazgo?
-Medio tímido. Anduve como cuatro años agarrándole el brazo y sin decirle la verdad… Me preguntaba por qué la llevaba del brazo y yo ni contestaba., Hasta una vez que fuimos al Parque Pereyra y ahí se lo dije. Cuando nos casamos nos llevaron en un auto cupé muy llamativo, que vino desde Quilmes»

Dice que está contento con la vida, que hizo todo «lo mejor que pudo», se lamenta porque dos de sus hijos –y parte de sus nietos- están en el exterior, y se quiebra con lágrimas en sus ojos al recordar la muerte de su esposa. Pero nos despide con un apretón de manos que no sabe de pandemias, con su gesto amable de siempre, y la grandeza noble de los que mucho sembraron.


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