GENTE DE MI CIUDAD

Kazimira Morawska



Historias de Mi Ciudad » 30/03/2024

Kazimira Kazia Morawska tiene 92 años, es una hermosa mujer de ojos azules, tez blanca, poca estatura, y ese acento extranjero familiar.

Kazimira Kazia Morawska tiene 92 años, es una hermosa mujer de ojos azules, tez blanca, poca estatura, y ese acento extranjero familiar. Nació en 1932 en Tarnópol, un pueblo de Polonia que hoy pertenece a Ucrania, quedó huérfana y fue separada de sus hermanos; sobrevivió a los males de la guerra; conoció a Gandhi, y emigró a nuestro país, donde formó su familia. Nos dirigimos a la calle 9 de Julio donde está acompañada por su hijo, Roberto Kunawicz, para dialogar con Mi Ciudad.

-Cuéntenos sobre su infancia
Soy hija de Emilia Rzansa y de Lorenzo Morawski, y la menor de cuatro hermanos: Juan, María y Juana. Teníamos un campo donde trabajábamos cuidando los animales, y hacíamos dulces de los frutales. Mi madre falleció cuando yo tenía tres años y casi no la recuerdo. Luego mi padre se volvió a casar. Mi madrastra era buena, no nos faltaba nada, pero extrañaba el amor y cariño de mi madre. Mi hermana María, que tenía 10 años más que yo, fue quien se ocupó de mí, ella fue como mi mamá. A los 7 años mi papá me mostró el camino para llegar al colegio. Tenía que caminar tres kilómetros, cruzar un puente y un arroyo. Mi abuelo Tomás Morawski vivió 103 años en Polonia. Se casó cinco veces y tuvo un hijo a los 80 años. Había una plaza en Tarnópol con su nombre porque era un personaje, el más conocido del pueblo, el más educado y el más rico del lugar. Teníamos mucho campo y todo eso se perdió con la guerra. Mis bisabuelos y tatarabuelos eran del Ducado de Moravia, que antes era un condado libre donde los apellidos venían de donde eras dueño, si eras dueño de tierras tenías apellido.

Su hijo Roberto agrega: «Y por parte de mi papá, su abuelo era correo del Zar. Teníamos una foto de mi abuela sentada a upa de mi bisabuela en la corte rusa con los zares, de ahí venimos nosotros de parte de Kunawicz».

Kazimira continúa: «Cuando comenzó la guerra, Rusia invadió Polonia y nos llevaron en tren a Siberia como prisioneros civiles. No sé cómo sobrevivimos a tanto frío, de 40 grados bajo cero. En ese campo de concentración entraron 280 chicos menores de diez años, y después de un año y pico solo sobrevivimos dos. No teníamos nada, ni abrigo, ni comida… Recuerdo haber vivido momentos terribles allí, eran como casas de troncos apilados… que impidieron que nos congeláramos. La comida que le daban a mi padre por trabajar todo el día la guardaba para nosotras, las más chicas, y él no comía nada. Los ingleses se hicieron cargo de nosotros y nos llevaron de Siberia a Pakistán y a la India, que eran sus colonias».
-¿Qué recuerda de ese viaje en tren?
-Incertidumbre, tristeza, miedo, desolación, desesperanza… El tren iba de Siberia, bordeando China, pasamos por Nepal hasta llegar al borde de La India, Teherán, que era Persia. Fue un viaje largo que duró semanas. Mi padre apenas pudo subir al tren de tan débil y enfermo que estaba. Mi hermana María lo sostuvo en sus brazos durante ese recorrido, y calculo que entre Nepal y China mientras le cantaba una canción lo despidió de esta vida. Antes de llegar a Persia, tuvimos que tirar su cuerpo del tren.
-¿Cómo fue vivir en la India durante la guerra?
-Estuve allí cinco años en un colegio con mi hermana Juana. Mis hermanos mayores estaban en el ejército. María era enfermera en la guerra, pero como era muy sensible, muchas veces se descomponía al ver a los heridos; por eso pidió que le dieran otra tarea y entonces la mandaron a manejar camiones. Yo tenía 8 años cuando nos separaron. Pasé años sin verla. Después de la malaria, yo quedé muy delgada y débil. Como estaba muy mal, permitieron que viviera con Juana; pero ella no se ocupaba mucho de mí. Ella tenía sus amigas. Me sentía muy sola. Esa soledad me pesó mucho, me dolió tanto… hasta que conocí a Miki (Mikolaj Kunawicz).
-¿Conoció a Mahatma Gandhi?
-Lo mejor que me pudo pasar en la India fue conocer a Gandhi. Fue una bendición. Sabía que era un hombre importante. Siempre iba acompañado de tres o cuatro alumnos. Él iba por los pueblos predicando porque la gente estaba muy decaída, al estar bajo la dominación inglesa. Yo iba corriendo con una amiga y cuando bajamos de esa pradera nos encontramos en el camino con él, nos detuvimos y en inglés nos dijo: «Ustedes no son inglesas» – «No, somos polacas». Y Gandhi mirándonos nos dijo: «Ah, pobre Polonia, cómo sufre por la guerra». Nos bendijo y caminamos junto a él como tres kilómetros mientras nos hablaba de cosas espirituales. Nos trató de tal manera que nos sentíamos muy cercanas a él. Nos abrazó diciendo: «pobres huerfanitas polacas» y nos bendijo: «que Dios las ayude y las lleve por el buen camino».

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