Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Ni la muerte del Papa sirvió para cerrar la enorme división de la sociedad argentina.
Ni la muerte del Papa sirvió para cerrar la enorme división de la sociedad argentina. Ferozmente defenestrado en los primeros días de su asunción por el kirchnerismo a través de todos sus medios, señalándolo como «cómplice de la dictadura» y de la «apropiación de bebés», hasta que subiéndose a la ola colectiva de emoción por su designación resolvieron convenientemente «darse vuelta» y transformarse en devotos franciscanos, el primer papa argentino y latinoamericano de la historia falleció sin volver a pisar el suelo de su Patria y dejando gestos que fueron polémicos y de los que se seguirá hablando por siempre. Sus múltiples encuentros con Cristina, su cara adusta con Macri, las amigables recepciones a dictadores como Fidel Castro o Maduro, sus recibimientos amistosos a algunos de los mayores corruptos de nuestra historia, y hasta sus recientes sonrisas con Milei, quien le pidió disculpas luego de calificarlo como «representante del maligno en la Tierra», serán interpretadas de una u otra manera de acuerdo a cual sea el lugar de la grieta en el que quien opine se encuentre.
Lo cierto es que nos tocó asistir a un hecho que seguramente será irrepetible: que la mayor autoridad del mundo de la Iglesia Católica haya sido un argentino, algo de cuya dimensión tal vez nos daremos cuenta sólo dentro de varios años, cuando se calmen las aguas de las pasiones que por estos tiempos tanto nos dominan y nos dividen. Un Papa que se caracterizó por elegir la sencillez y la austeridad, que predicó con el ejemplo, y que se preocupó por los más pobres, por los marginados, por los que no tienen futuro. Y que también hizo hincapié en la necesidad urgente de comenzar a ocuparnos en serio por nuestra casa en común, la Tierra. Todo con una mirada universal, aunque desde aquí sintiéramos o imagináramos que siempre estaba hablando de nosotros, utilizando políticamente cada una de sus palabras, lo que seguramente haya sido la razón fundamental para su decisión de nunca volver, aunque los gobiernos hayan cambiado de color a lo largo de su papado.
La despedida de los restos de Francisco fue la que reunió a más feligreses en toda la historia. El impacto de su muerte se sintió con fuerza en cada lugar del planeta, y hasta en esto tuvimos que dar la nota desagradable, cuando una horda de izquierdistas y kirchneristas resentidos aparecieron para insultar a la vice presidenta de la Nación a la salida de la misa en su memoria realizada en la Iglesia de Flores, recordando a cuando algunos conversos «defensores de los derechos humanos» enchastraron con pintadas y defecaron en el altar de la Catedral.
Murió el Papa argentino, pero no murieron nuestras divisiones. Tal vez sea hora de asumir que, lejos de estar «condenados al éxito», como profetizó uno de nuestros ex presidentes, estamos condenados a ser una nación partida en dos, en la que los que se encuentran afuera del Gobierno inevitablemente continuarán operando para que los que dirigen el país fracasen y de ese modo, puedan retornar al poder y a sus negociados.
Ojalá no sea así. Ojalá Francisco desde el Cielo pueda hacer para la Argentina el milagro que no pudo, no supo o no quiso hacer desde la Tierra.