CRÓNICAS VARELENSES

La ciudad ausente



Edición Impresa » 02/05/2025

¿Alguien sabe por qué el reloj de la peatonal está desincronizado? Creo que hace años que lo está. Me gustaría hablar con algún historiador que recuerde cuando fue la última vez que lo vio en hora.

¿Alguien sabe por qué el reloj de la peatonal está desincronizado? Creo que hace años que lo está. Me gustaría hablar con algún historiador que recuerde cuando fue la última vez que lo vio en hora. Me lo imagino recordando qué estaba haciendo él en ese momento, como cuando todos supimos lo que estábamos haciendo el día que nos enteramos lo del Papa. Yo estaba entrando al natatorio 2000 y escuché cómo Margarita decía: tenemos Papa, tenemos Papa!, desaforadamente. Ah Margarita, gran lectora y nadadora. Me pareció que podría abrirse un universo paralelo en el que ese horario tuviera algún significado. Todo en todas partes al mismo tiempo. Salimos a perdernos por la ciudad. Me puse a pensar en el tiempo, en la refutación de este y también en el advenimiento de la catástrofe, como casi lo fue la rotura inminente de mis anteojos, preguntándome por qué las ópticas no ponen como imagen de publicidad a un escritor, escritora, y de paso les facilitan algunos anteojos, visitas al oculista, etcétera. ¿Hacen los streamers publicidades ya? Después me cae la ficha de que a nadie le importa ya lo que piensa nadie de manera escrita, no hay tiempo para los análisis, para el largo aliento que significa enfrentarse a un tour de force, para el academicismo, y no estoy hablando de ver el estado de las facultades, las bibliotecas, sino los escasos puestos de diarios que quedan en la ciudad. Me puse a pensar en el advenimiento de la catástrofe, pero también de la sorpresa, de lo que no esperamos que pase. Y llegamos con Shirley a Schönstatt. Básicamente, sin profesar la religión, nos enamoramos del lugar. También encontramos en este lugar una especie de sana contradicción con Midsommar: el terror no espera a la noche, una película que habíamos visto y nos había enloquecido la cabeza. De que si uno se toma las cosas demasiado enserio la cosa se puede tornar jodida, peligrosa. Nunca les pasó que se moderaron en una situación. O peor, que se pasaron de rosca. Que prefirieron guardarse en vez de salir a boca de jarro a decir lo que realmente pensaban. O que hablaron mal de alguien y de repente este apareció y se calmaron, ante la llegada de la persona. Bueno, ni bien entramos al predio dispuestos a recorrerlo, no fue que apareció don Julio César Pereyra. Lo último que había sabido de él, había sido su recomendación de la marihuana, y no digo que no me llamó la atención su actitud progresista, jamaiquina, desconozco cuales fueron los números de su gobierno, no me quiero meter en eso. Es otra cosa, y a veces uno tiende a mezclar, a confundir. Aunque crea que se le haya ido un poco la mano con la recomendación. No debe ser fácil gobernar, decir lo que uno piensa sin ofender puritanos, lo digo yo, el escritor de la ciudad al que no leen ni en la casa. Aunque de buena mano sé que en otros lugares del conurbano están peor, que directamente es tierra de nadie. Ahí vivimos. Mientras veía como la gente lo saludaba recordé las palabras de mi yeyito Oscar cuando con su coche se comían algún pozo y surfeaba las calles: ¡Ay Pereyra! No te metas en religión, ni en política, porque podés ofender a la gente, me dicen en mi casa como si mi buena gente de Varela fuera parte de un ejército terrorista. Saludé a don Julio, él me saludó. Me preguntó por mis cosas. Le dije del reloj. El caso de los chicos que casi van armados al colegio me dio un poco de cuiqui, lo reconozco. Cuando era chico mi hermano cantaba una canción que decía:
Por valles y montes verán a un hombre pobre
Pidiendo una pieza de pan o lo que sobre
Más todo lo que ha de tener entre sus manos
Será para dar de comer a sus hermanos
Hermano Francisco te llama el gorrión
El lobo el cordero el ciervo y el león
Hermano Francisco hermano del sol
La piedra y el río la nube y la flor
Les juro que no sabía que era de Roberto Gomez Bolaños, el hermano perdido del escritor Roberto Bolaño, alias el Chavo del Ocho. Deberíamos recuperar la seriedad con la que jugábamos de niños.


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