Soy el padre del Subteniente Juan Omar Abrahan; el Señor Intendente de Florencio Varela y el Presidente del Centro de Veteranos de Malvinas, sabían que estaría presente en el acto del 2 de abril...
Soy el padre del Subteniente Juan Omar Abrahan; el Señor Intendente de Florencio Varela y el Presidente del Centro de Veteranos de Malvinas, sabían que estaría presente en el acto del 2 de abril, como lo he estado siempre desde que se inauguró el monumento que está emplazado en el Cruce Varela. Estuve en la vigilia del 1º de abril y en el acto principal. Me miraban mientras nombraban a cuatro de los cinco caídos varelenses del conflicto del Atlántico Sur. Faltaba mi hijo. Estaban presentes todos los Colegios por los que pasó mi hijo como la Escuela Nº 15, el Colegio Jesús María, el Instituto Santa Lucía y la Escuela Nº 51, que lleva el nombre de Juan Omar. Lo siento injusto y con maldad, ellos saben que mi mujer, la mamá de Omarcito, murió con la angustia de saber que ignoraban su recuerdo imponiendo el número 632 en vez de los 649, sabiendo que excluían a su hijo, porque falleció cumpliendo su deber en el Continente. Y en un homenaje en la cancha de Defensa y Justicia sin nombrar a mi hijo, engañando al pueblo de Varela. Mi hijo no se puede defender. No regresó. Gracias a Dios los veteranos pudieron volver y abrazar a sus padres y sus madres. Todavía espero el abrazo de mi hijo. Me duele la actitud de algunos veteranos, NO todos, a muchos los conozco y luchamos a la par durante muchos años por Malvinas.
En 2005 fui tesorero de la Comisión de Familiares de Caídos en y por Malvinas, porque mi hijo Leonardo, antes de mudarse a Río Gallegos Santa Cruz, me pidió que me involucre con la Comisión, porque me dijo : «papi, vos que ayudaste a diferentes Instituciones de Florencio Varela, levantaste a todas y hoy pueden disfrutarlas padres e hijos de nuestra comunidad, tenés que participar de la Comisión de Familiares de Malvinas».
En aquel momento que ingresé a la Comisión se estaba culminando el armado del cenotafio y nuevo cementerio de Darwin, siendo Presidente Héctor Cisneros, hermano del Sargento Cisneros, caído en la guerra. Fue el que dijo, «no me esperen, si no ganamos, no regreso». Gracias a Dios lo del Cementerio fue realidad con la colaboración del señor Eurnekian, que puso todo el dinero para dicha obra. También colaboraron la Cruz Roja Internacional, Cancillería Argentina y la Cancillería Británica. Por eso el 4 de diciembre de 2024 volví al Cementerio en un viaje humanitario junto con los familiares, porque ellos saben que yo viajé con la Virgen de Luján, por todo el país. La Virgen, también la pudimos traer a Florencio Varela y al pueblo de Villa Ocampo, Santa Fe, donde nació Omarcito. Antes de llevar la Virgen a las Islas, se hizo una misa en la Iglesia San Cayetano, de Liniers. Con en aquel momento, el cardenal Bergoglio, luego el Papa Francisco, se realizó la procesión a Luján. Y tuve el privilegio de custodiar la Virgen en su viaje a las Islas Malvinas, donde me esperaban el Presidente Héctor Cisneros, las autoridades de las Islas Malvinas y la secretaria, en aquel entonces, Delmira Cao, madre del maestro soldado, y de ser encargado de entronizarla a la izquierda de la Cruz Mayor del Cementerio.
Cómo me duelen todos aquellos que quieren excluir a mi hijo de la Guerra de Malvinas. Él tenía 20 años, era cadete, empezaba su cuarto año del Colegio Militar cuando sucedió la recuperación de las Islas; por tal motivo lo ascendieron como subteniente en Comisión, promoción 113 Islas Malvinas, lo pusieron al mando de 52 soldados, y le dieron la misión de custodiar la ría de Puerto Deseado, donde podría haber infiltración o desembarco del enemigo, un puerto de aguas profundas, con temor por el ingreso de submarinos y la custodia de los radares costeros. Años después pude ir al lugar donde estuvo y dejó la vida mi hijo. Todavía estaban los pozos de zorro. Pude hablar con su soldado, quien recordaba esos días de mucho frío, oscuridad, nieve hasta las rodillas y con el recuerdo intacto de mi hijo, que decía que era uno más de ellos, que los cuidaba y que estaba siempre atento a mantenerlos con la moral alta. Aquel soldado fue el último que habló con mi hijo antes de que él saliera a realizar un rastrillaje. No volvió y al otro día lo encontraron ahogado en las frías aguas del mar argentino.
Soy un padre de 88 años, hace 43 años que no veo a mi hijo, lo recuerdo todos los días, con dolor pero con el orgullo de que la Patria le dio una misión y él murió cumpliéndola. Es difícil, después de tantos años, aclarar que la Guerra de Malvinas tiene relación directa con su muerte. Y más allá de todo lo escrito, exijo respeto a éste padre herido, a mi familia herida, y no usar el nombre de mi hijo como instrumento político. Gracias por este espacio.
Héctor Omar Abrahan