Por Cacho Sosa
Decir que Don Raúl Guglielmi es una personalidad mayúscula en el tema ferroviario no es ninguna exageración...
Decir que Don Raúl Guglielmi es una personalidad mayúscula en el tema ferroviario no es ninguna exageración, sino, el resultado que puede lograr cualquier persona que razone y que haya tenido la oportunidad de tomar contacto con este joven de 83 años, que nació, se desarrolló laboralmente y siempre estuvo vinculado a la Unión Ferrovaria y hoy continúa manifestando su identidad con ese quehacer que si bien se centralizó por razones económicas en la Capital Federal se distribuyó a lo largo y ancho del país, como verdaderas arterias por las que circuló el progreso.
Don Raúl, modesto pero afortunado convecino de la calle Juramento en la Villa Vatteone, heredó de su padre, la pasión por los trenes. «El era señalero y yo de pibe, iba a tirar palancas con él. ¡Cuántas veces dormíamos en la garita de Bosques del Ferrocarril Sud!», dice a Mi Ciudad.
Y prosigue extrayendo de su lucidez total, recuerdos que debieran ser contenidos en uno o dos libros, pues hacen al interés nacional mismo y no son producto de fantasía alguna, sino de su experiencia como trabajador del riel, el emprendimiento de transportes más grande que haya existido en la Argentina naciente y al margen de su tarea, de los innumerables viajes que realizó -siempre acompañando al maquinista y al foguista- en esas viejas y nobles locomotoras a vapor, alimentadas con la dura leña, extraída de árboles de este generoso suelo.
«A los 11 años ingresé en el F.C.Sud como practicante. Al principio, las personas mayores, desechaban mi pretensión de compartir responsabilidades y me excluían, hasta que por mi insistencia terminaron por aceptarme. Es que a los 14 años sabía manejar el sistema morse -telégrafo- y percibí mi primer sueldo, el que no escapó a que se me descontara el monto correspondiente al aporte jubilatorio.»
En el ferrocarril Don Raúl desarrolló todo tipo de actividades, algunas de las que enumera a continuación: «Fuí boletero, encargado de carga, pesador de vagones y finalicé mi actuación, organizando la salida de trenes desde Plaza Constitución hasta Mar del Plata».
«Esto último constituye para mí un verdadero orgullo. Pues en la temporada de 1952 -pleno auge veraniego, donde la Ciudad Feliz era la meta generalizada de nuestra población, tuve el honor y lo expreso sin soberbia, de haber respondido a tamaña demanda, logrando el récord de sacar 2.266 pasajeros, en el lapso de 20 minutos, solamente con dos formaciones de coches... En aquel entonces, el tráfico era impresionante...»
Y relata también éste detalle que sin duda no dejará de sorprender a las nuevas generaciones: «Los trenes en aquel tiempo eran un verdadero lujo. Mi viejo usaba uniforme y tenía pase libre, para la primera clase; pero cuando usaba su ropa de trabajo, sólo podía acceder a esa categoría especial, siempre y cuando vistiera traje civil...»