Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Con el triunfo de La Libertad Avanza en la ciudad de Buenos Aires, una elección a la que los finalmente vencidos le dieron a priori una importancia que después le negaron, el kirchnerismo hilvanó su sexta derrota consecutiva en lo que va del año.
Con el triunfo de La Libertad Avanza en la ciudad de Buenos Aires, una elección a la que los finalmente vencidos le dieron a priori una importancia que después le negaron, el kirchnerismo hilvanó su sexta derrota consecutiva en lo que va del año.
A las duras caídas en Santa Fe, Salta, Jujuy, San Luis y Chaco, se le sumó la de las Legislativas, ciertamente más dolorosa por el aire triunfalista que algunos K instauraron basados en encuestas que, una vez más, fallaron con sus pronósticos.
Y mientras la oposición y el oficialismo están enredados en una lucha interna de egos que puede costarles –a ambos- muy caro, se acercan las Elecciones de la Provincia –polémicamente desdobladas- y las nacionales.
¿Se van a unir el PRO y LLA para vencer al kirchnerismo en el que parece ser su último bastión? ¿El enfrentamiento entre Cristina y Kicillof puede llevar al peronismo a una ruptura y a presentarse con dos listas?
Esas son las principales preguntas que aún quedan por responderse. En el medio de todo, queda la gente, bastante cansada ante tanta indolencia por parte de la clase política, manifestando su agotamiento con la abstención a la hora de votar, como pasó en los recientes comicios de CABA, y sin comprender por qué, además de equilibrarse las cuentas públicas, bajar la inflación y desarticular las innumerables cuevas de corrupción sembradas por los que ahora se vuelven a proponer como «salvadores de la Patria», no pueden al mismo tiempo respetarse las instituciones, las formas y hasta los buenos modales.
Este Gobierno está encarando reformas que debieron ser realizadas hace años. Sus logros en materia económica son meritorios, aunque es mucho lo que queda por hacerse. Sin embargo, el constante hostigamiento a los periodistas y a todo el que piense distinto, creando un caldo de cultivo para que una horda de fanáticos utilice todo tipo de artimañas –desde falsos videos armados con I.A. hasta posteos injuriosos- para desgastar a los que consideran sus «enemigos», termina asimilando a muchos oficialistas con las prácticas de ese kirchnerismo al que la sociedad le dio claramente la espalda hace ya casi dos años y al que muchos no tenemos ni la menor intención de ver de nuevo en el poder.
Cierto es, sin embargo, que del otro lado tampoco hay «carmelitas descalzas». Al propio presidente le dijeron de todo. Desde que habla con perros imaginarios hasta que se acuesta con su hermana. Y que no venimos de que nos gobierne Churchill, sino de la desastrosa e inmoral gestión del golpeador de mujeres Alberto y la condenada Cristina.
Y también es verdad que existen «ensobrados»… de sobra. Y de todos los colores.
Pero tenemos derecho a la normalidad. Nos la merecemos.
La reacción de la sociedad uruguaya ante la reciente muerte del Pepe Mujica nos mostró una vez más que las diferencias pueden dejarse de lado cuando son los intereses de la Nación los que están en juego. Que pensar distinto no significa odiar al otro. Que se puede convivir y respetar al adversario político sin que eso signifique arriar las propias banderas. Acá nomás, del otro lado del charco. Tan cerca. Pero tan lejos.
¿Por qué será tan difícil convertirnos en un país normal?