Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Con 85 años recién cumplidos, los ojos de Amalia Llames Massini conservan la transparencia de sus años mozos, y su mente...
«Con 85 años recién cumplidos, los ojos de Amalia Llames Massini conservan la transparencia de sus años mozos, y su mente, la lucidez de siempre.
Integrante del plantel fundador de la Escuela Nacional de Comercio, docente del «Industrial» cuando aún había allí escombros, y con el rótulo de «primera profesora de Inglés de Florencio Varela», «Pirula» nos deleita enhebrando sus interesantes relatos y revela detalles de su larga y feliz existencia que hasta ahora desconocíamos.
Esta querida vecina, aún llena de vitalidad, que fue destacada amazona, con el seudónimo de «Petit Maizani», fue cantante de tangos en festivales a beneficio realizados en el teatro Cervantes, de Capital, y hasta fue espía en la Guerra de las Malvinas, nos abrió las puertas de su hogar y, lo más importante, el baúl de sus apasionantes remembranzas. Fiel lectora de Mi Ciudad, sus primeras palabras nos remontan al añorado ayer...
«Cuando yo era una chiquilina, conocí a Lord y Lady Davidson. Les pedí permiso para ir al Arroyo, y me dijo que pasemos, que éramos los dueños de la casa. Allí tomamos el té y nos hicimos amigos. Solíamos hacer picnics en ese lugar... y a mí me encantaba cruzar el Arroyo a caballo... Siempre amé a la naturaleza. era feliz con eso...».
Tras la introducción de nuestra entrevistada, imposible dejar de citar a otro honorable caballero de apellido inglés que nació por estos pagos: el escritor de fama universal Guillermo Enrique Hudson. «Mi academia de inglés llevó su nombre -nos cuenta Pirula- porque siempre lo admiré. Yo cabalgué por los campos en los que él lo hizo. Y pisé donde él pisó.».
-¿Usted solía utilizar el caballo como medio de transporte?
-Sí. Venía desde el campo de La Cosmedina, hoy Pista de Trote de De Wynne, hasta la Iglesia. Me acuerdo ahora del padre Vázquez, al que en varias oportunidades ví construyendo con sus propias manos el techo del Templo. Yo venía a caballo para cobrar los alquileres de mi familia, uno de ellos a Doña Julia Rocafull, inolvidable difusora del esperanto que con el tiempo se transformaría en mi amiga. Me encantaba cruzar el arroyo a caballo para ver como para salir pegaba dos saltos. También íbamos al Arroyo de las Piedras, y con mi padre, cabalgamos hasta Brandsen. Con mi amiga Marta Casares fuimos a caballo a tomar el té a una confitería muy conocida de la calle Laprida. Mi abuelo construyó La Cosmedina en el año 1897.
-¿Se casó siendo muy joven?
-Sí. A los 23 años, con «Bebe» Desiderio Pereyra. Nos casamos en San Miguel pero las Bodas de Plata y de Oro las celebramos con el Padre Santolín, que ahora es Monseñor. Tuve dos hijos, Cachorro (Telmo Roberto) y María Amalia.
-¿Cómo conoció a su esposo?
-Andando a caballo en Palermo. Los dueños del stud, Jorge Bermúdez, hijo de un famoso pintor, y Ezcurra, que era pariente mío, me dijeron que llevara un caballo de los que teníamos en La Cosmedina, un «colorado» al que luego ví morir y que, es más, me esperó para morirse luego de un largo relincho... Bebe iba a ese stud y el peón le pasaba el dato de cuáles eran los días en los que yo iba para allá, así que siempre lo encontraba. La cuestión es que lo conocí, simpatizamos, estuvimos dos años de novios, y nos casamos. Me acompañaba mi tía Clarita, que se quedaba sentada viendo como saltábamos a caballo. Cuando el «colorado» se murió, Bebe me regaló otro caballo.
-¿Compitió o sólo era un pasatiempo?
-Competimos los dos, y ganamos muchas Copas y trofeos. También, participamos muchas veces de la cacería nocturna del zorro, que se hacía en el Bosque de Palermo.
-¿Usted tuvo un abuelo que trabajó con Domingo Faustino Sarmiento?
-Sí. Mi abuelo materno, Albano Honores, fue Secretario de Sarmiento durante su Presidencia.
-¿Es verdad que viajó en el primer colectivo de «El Halcón»?
-Sí. Cuando los tomo, le digo a los choferes que no frenen de golpe, que están llevando una reliquia... y algunos ni me cobran.
-¿Sigue viajando?
-Claro. Todos los jueves me voy sola a pasear a algún lado. El mes pasado tuve añoranzas y me fuí a ver la que fue la casa de mis abuelos, en Charcas 2084, hoy Marcelo T. de Alvear, de Buenos Aires, y viajé en el «39». Ahí hoy funciona una prestadora de salud. Se conserva el mármol de carrara de la entrada y cambiaron la escalera, pero sigue estando el gran portal. Me preguntaron qué quería y les dije que a esta edad no iba a estar buscando un ginecólogo, sino que había ido a recordar algunos momentos de mi infancia. Todavía está allí el ascensor, la «jaulita de oro» que mi abuelo hizo traer de Berlín para que mi abuela subiera al primer piso. A esa casa concurrió mucha gente de Varela, como el herrero Suaje, Ventura, Perazzo y muchos más que ahora no vienen a mi memoria.
-¿Es cierto que en 1982 le tocó hacer de espía durante la Guerra de las Malvinas?
-Espía no, contraespía. A ver si creen que fuí espía de los ingleses. Ese año me vinieron a buscar de la Municipalidad de F. Varela para que escuchara y tradujera una conversación que se estaba realizando por radio. Escuché atentamente y sólo eran cosas sin importancia, hasta que en un momento oí muy claramente la frase «¡Regresen! Cada uno ocúpese de sí mismo, Dios salve a la Reina...»... Para mí, el mensaje venía de la nave Insignia de la flota británica. Tal vez ese día estábamos ganando la Guerra... Este episodio tuvo lugar durante el gran ataque del 1ro. de mayo.
-¿Qué piensa de esa Guerra?
-Que fue una canallada, no del pueblo inglés, sino de la Thatcher, que ordenó hundir al Buque General Belgrano en aguas neutrales. Tendrá la muerte de esos chicos en su conciencia.
-Usted es muy devota. ¿Qué le va a decir a Dios cuando esté frente a El?
-Que probablemente no me merecí tanto... Tuve una vida muy feliz. Alguien me dijo una vez en Pompeya que yo estaba bendecida y le dije «Dios te oiga»... Tengo encima las medallas de San Benito, Santa Edith, San Nicolás, San Orione, la cruz... ¡Parezco un altar caminando! Pero ellos me protegen...
Con mucho más para contarnos, como su encuentro con el hoy Santo Don Orione, en la década del ’30, historia a la que le dedicamos una extensa nota en nuestra edición de setiembre de este año, y con el permanente recuerdo de su inolvidable hermano Roberto, que tanto hizo por la comunidad varelense, «Pirula» nos acompaña a la puerta para despedirnos hasta un nuevo encuentro, que Dios mediante, repetiremos un día de estos, para continuar enriqueciendo nuestros conocimientos con los brillantes trazos de su inagotable memoria».
Reportaje:
Alejandro C. Suárez
(Revista Extraordinaria Mi Ciudad, 2004).