El chico que nadie ve



Edición Impresa » 01/03/2013

Dice llamarse Matías, y acusa 8 años, que probablemente tenga, aunque el cuerpo menudo, y la falta de higiene propia de su situación tornan indefinibles.

 

Es un chico de la calle. Es, en realidad, un chico que está en la calle, pero que naturalmente no es “de la calle”. Ningún chico nace en la calle, ni tampoco para estar allí como si se tratase de su lugar natural.

 

Sin embargo, las autoridades locales no parecen advertir su presencia. Y esto, se trate de autoridades municipales, como policiales, del Juzgado de Menores varelense ubicado a no más de doscientos o trescientos metros de las “paradas” habituales de Matías, o los integrantes de organizaciones civiles y religiosas.

 

Es gracias a la colaboración de los vecinos que transitan por el cruce peatonal bajonivel de la Estación, por algunos comerciantes de la calle Belgrano, y por el personal de algún puesto de comidas de la Estación, que el chico tiene algo para comer.

 

Algunos integrantes de la Policía Federal que custodian la Estación Florencio Varela del ferrocarril hacen lo suyo, cuidan al chico, lo alimentan y le compran jugos o lácteos para beber.

 

Matías duerme cada noche en el cruce peatonal ubicado bajo los andenes ferroviarios varelenses, con todos los riesgos que eso implica para un chico. Durante el día deambula por las inmediaciones de la calle Belgrano, y a veces se le anima a Presidente Perón; lo hace con otros chicos que también están en situación de calle, y que tienen aproximadamente uno o dos años más que él.

 

La diferencia sustancial radica en un aspecto: que por las noches, Matías está solo. El chico evidencia una pureza e inocencia que conmueven más allá de su situación, ya que todo deja a las claras que no hace mucho que fue arrojado a la vía pública. Los motivos de lo que le ocurre, se los guarda con orgullo.

 

No quiere hablar de su vida personal, y esquiva cualquier charla que desemboque en ese rumbo. Acepta, en cambio, decir su nombre y su edad cada vez que alguien se lo pregunta y lo convida con algún alimento de los pocos que lleva a su estómago cada día.

 

Y cada uno de esos convites le produce un quiebre en su orgullo y rompe en llanto cada vez que se sienta frente a cualquier vianda. La devora primero con los ojos ansiosos, después, como cualquiera, a golpes de molares.

 

Pero cada encuentro con él concluye allí. Abundan los silencios y faltan los detalles.

Sin embargo, no está en manos de los vecinos, ni tampoco debe ser así, el rescate de este pequeño de la dramática forma en que vive en la actualidad. La tarea le compete a las autoridades, valga la redundancia, competentes… Si es que las tenemos en el distrito.


TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE