Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Conocimos a Sebastián Calvi y a su esposa, Gabriela Bossi, desde siempre. Por una cuestión generacional, nos tocó compartir con ellos bailes, encuentros deportivos y sociales, y mantener varias charlas acerca de esta ciudad a la que tanto vimos cambiar durante estos años. Una ciudad en la hace no tanto tiempo, todavía se podía vivir tranquilo.
Hoy, 28 de octubre, a las cuatro de la tarde, cuando Sebastián estaba en su casa de Boccuzzi al 600 con parte de su familia, un cobarde que ingresó a su hogar después de romper la puerta le pegó un tiro y lo mató. Así de rápido, así de violento, así de injusto.
Esto es Florencio Varela hoy: un lugar donde te matan por nada, un lugar donde se hace la pantomina de mostrar nuevos patrulleros todos los días, pero, donde, en definitiva, la vida parece no valer nada.
Otro hogar quedó destruido en nuestra ciudad. Y no habrá Hebes de Bonafini, Estelas de Carlotto, Centros Angellelli, Alex Freyres ni Cristinas que salgan a defender los derechos humanos de Sebastián, Gabriela, o sus dos hijas.
Porque está visto, en la Argentina de hoy, y en este Florencio Varela, los derechos humanos son solo para los terroristas y para los delincuentes.