ENTREVISTA

Alberto Forcinito



Entrevistas » 01/08/2016

Es uno de los vecinos más reconocidos de Villa del Plata, el barrio donde vive hace más de medio siglo. Ex Presidente de la Sociedad de Fomento «6 de Junio» y de la Federación de Sociedades de Fomento de Florencio Varela, Alberto Forcinito nació el 24 de agosto de 1925, en Echenagucía, provincia de Buenos Aires, y a sus 91 años conserva una vitalidad y lucidez que resultan admirables. Casado con Olga Swystun, es padre de Mario y Lucio, y tiene cuatro nietos.

Vive cómodamente en una casa que se calefacciona con una estufa a leña y donde no hay aire acondicionado ni microondas. «Estamos a salvo de todo eso», nos dice, convencido. Pero sin embargo, sí usa teléfono celular. «Para poder ver las fotos de mis nietos», aclara. Nos cuenta que se dio el gusto de volver a la casa de su niñez hace no mucho tiempo. «El otro día me di una vuelta por la casa que construyó mi papá, y todavía está igual… Con las mismas chapas que él le puso, cuando fuimos a vivir ahí». Con él charlamos en la Redacción de Mi Ciudad una fría mañana de julio.

 

-Cuéntenos sobre sus padres…

-Mi papá… Mi papá era «Antoñito el forjador, un tano laburador, que sin intención mezquina, vivió amando a la Argentina como gaucho al asador. Que supo del Martín Fierro, también de Anastasio el Pollo. Por eso digo y no miento, que era un tano de nacimiento, con el corazón criollo»…

-¡Qué bueno! ¿Lo escribió usted?

-No, yo lo acomodé un poco.

-¿Cómo era su papá?

-Era un tipo que sabía hacer de todo, un autodidacta. En la escuela lo echaron por revolucionario, pero llegó a ser el bibliotecario del Partido Socialista en Echenagucía. Leía constantemente, compraba los clásicos todas las semanas en unas cartillas que costaban 20 centavos y conocía la Constitución Argentina de pe a pa.

-¿Leía algún diario socialista? En esa época había muchos…

-Sí, leía «La República», y después «Ultima Hora Ilustrada». Más tarde, y hasta el día que se murió, leyó «La Prensa».

-¿En qué trabajaba?

-Primero trabajó en Ferrum, pero lo echaron porque acopañó un movimiento obrero. El gerente le dijo que tenía que echarlo porque si no, lo echaban a él, y le ofreció 500 pesos «para que se fuera defendiendo». Pero mi papá le contestó: «gracias, guárdelos para cuando lo echen a usted». Gracias a que le prestaron un dinero, junto con mi tío y dos primos compraron un taller de reparación de carretas y carros, que con el tiempo terminó siendo de automóviles.

-¿Y su madre?

-Mamá era ama de casa. Cocinaba, cosía la ropa, hacía conservas, criaba las gallinas y un chanchito…

-¿Tenían un fondo grande?

-Era un terreno chico, pero que tenía tomate, acelga, verdurita, de todo… Había poco dinero y decíamos que éramos pobres, pero era mentira porque teníamos un chancho en el chiquero y otro colgado en la cocina en forma de salamines, jamón, bondiola… No nos faltaba nada.

-¿Hizo la primaria en Echenagucía?

-No, cuando yo tenía un mes nos fuimos a vivir a Gerli. Y fui a la Escuela 50, que era de Avellaneda. Empecé a los 8 años. Como en mi casa se leía mucho, y papá manejaba la geometría y la matemática, me tomaron un examen y me pusieron en segundo. Y a fin de año pasé a tercero. A los doce años ya había egresado.

-¿Cuál fue su primer trabajo?

-Mi primer trabajo fue en una imprenta. Papá no quería que fuéramos al taller. Era una imprenta de Gerli, donde el dueño me enseñaba a armar con las letras de molde, a poner pliegos en la vieja impresora Minerva, Después conocí a los Gibot, que fabricaban las impresoras automáticas. A ellos les arreglaba los autos.

-¿Cuánto cobraba?

-No, no cobraba… Íbamos gratis. Papá quería que tuviéramos un oficio, pero no nos pagaban. Después me puse a trabajar con él. Me la pasaba golpeando con una masa de la mañana a la noche… Trabajando el hierro, la fragua, el yunque. Arreglábamos las ruedas de los carros, los ejes, hacíamos carros completos, también. Y con el tiempo pasamos a evolucionar, a hacer carrocerías de camiones.

-En su juventud, ¿era de ir a los bailes?

-Iba a bailar a todos lados, pero yo tocaba el bandoneón. Ahora me compré uno para volver a recuperar aquella vieja habilidad.

-¿Mantiene la práctica?

-Estoy buscando tocarlo…

-¿Conserva las partituras?

-A las partituras las regalé… Porque había dejado de tocar.

-¿Cuánto hace que lo dejó?

-Más de 40 años.

-¿Tocaba solo o en un grupo?

-Tocaba en un grupito de amigos, que armó el profesor que nos enseñaba. Nos presentábamos en algunos lugares, serenatas, cumpleaños… Pero siempre gratuitamente.

-¿Es verdad que «el que toca nunca baila»?

-Si, es verdad, pero las chicas se arrimaban…

-Hablando de chicas, ¿cómo conoció a su esposa?

-Era de Dock Sud, amiga de una hermana mía.

-¿Cuándo vino a vivir a Florencio Varela?

-Vine a vivir a Villa del Plata poco después de 1964, ya casado y con mis dos hijos, pero seguía trabajando en Avellaneda, a donde viajaba todos los días. Conocía mucha gente de Varela porque estábamos con el taller a la entrada del puente de Gerli y por ahí pasaban todos los quinteros, los verduleros, los que transportaban… Me iba a las 6 de la mañana y volvía a las diez de la noche. Algunos le preguntaban a mi señora si era viuda. Por eso, los que de verdad vivían acá eran mi señora y mis hijos, que cuando no tenían clase se iban a trabajar conmigo. Había algunos que decían que yo era un explotador…

(Ver nota completa en la edición de papel)


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