ENTREVISTA

Ñuri Belmonte



Entrevistas » 01/06/2019

La llamaron Antonia, un nombre que compartió con sus dos abuelas, pero todos la conocen como «Ñuri», abreviatura del correntino «Añuritai», porque su padre estuvo un tiempo en esa provincia. Nacida el 8 de mayo de 1940, tuvo cinco hijos: María Lorena, Karina, Rodolfo Franco, Gerardo y Florencia, y tiene cuatro nietos. Fue maestra en las escuelas número 3 y número 7 y profesora de Dibujo en el «Sagrado Corazón» y, ávida lectora, en la actualidad participa de dos Talleres de Escritura, uno con amigas docentes jubiladas y otro en la UNAJ. Sobre esto, reconoce que ahora se está inclinando por las novelas históricas románticas, y «que terminen bien». Antonia Yolanda Belmonte es también integrante de una tradicional familia varelense, e hija del inolvidable enfermero andaluz Emilio Belmonte, que tenía su consultorio en la calle San Juan, donde muchos recordamos cómo hervían permanentemente en una enorme cacerola y para esterilizarse, agujas de todos los tamaños, notoriamente más gruesas que las descartables que se utilizan hoy en día. Con ella dialogamos en nuestra Redacción… en el día de su cumpleaños.

-Nací en la Sala del Boccuzzi, donde vivían mis padres, que trabajaban ahí. Antes habían vivido en Avenida Hudson, en una quinta conocida como «lo de Beltrán». Mi papá, Emilio, era enfermero diplomado pero hacía de todo. En la Sala era también chofer, ayudante del anestesista, radiólogo… Y le ponía inyecciones a todo Varela… Le decían «el veedor»… Te imaginás por qué. Mi mamá, María Juana Caironi, era una especie de auxiliar, que lavaba, cocinaba, suplía a las enfermeras…
-¿Ellos se conocieron en el Hospital?
-No. Se conocieron en la casa del famoso Dr. Pelento, que era una reliquia, una institución de la política local. Papá era el chofer y mamá ayudaba a sus hijas. Le decían que tenía las manos muy lindas para servir la comida y se iban a dormir la siesta con ella, porque les gustaba su perfume. En un tiempo también tuvieron un almacén de ramos generales en Zeballos, en Montevideo e Hilario Lagos, donde paraban los carros, y la gente se tomaba su grapa y después seguía viaje. Cuando se iba a poner inyecciones, con el Ford A verde, descapotable, mi mamá atendía el negocio.
-¿Qué recuerda de su infancia?
-Éramos cuatro hermanos. Jugábamos en la calle, todos los chicos de la cuadra. Jorge y Malena Dreyer, que eran los mayores y les dábamos cierta autoridad. Todos queríamos jugar, pero Jorge decía que iban a jugar «solo los que van a la escuela». Yo todavía no tenía edad para la escuela, y me quedó eso de que la escuela era la que te daba la oportunidad social, de acceder... Me quedó un amor por la escuela y por eso sigo cursando, porque me da muchas posibilidades de relacionarme, de aprender, de trabajar el cerebro.
-¿Qué otros chicos compartían esos juegos?
-Los Castelli, que eran hijos de la peluquera, los Gutani, Eduardo y Sarita, enfrente estaban los Lera, a la vuelta Mirta Martino, y más acá, Jorge y Lucía Giménez. Y al lado del Hospital estaban los Maciel, Marta y Hugo… que fue mi primera tragedia infantil. En esa época venía un circo que paseaba los carromatos con los animales, y los chicos se colgaban y trataban de tocarlos… Y este chico se resbaló, se cayó y le pasó una rueda por encima. Todos estábamos frente a su casa como para acompañarlo… Y falleció. El no tenía mamá, lo criaron sus tías.
-¿A qué escuela fue?
-A la 11… Recuerdo que a la vuelta, íbamos a colgarnos de las rejas de la casa de Haydee Pisani, la profesora de música, para comer los coquitos de la palmera. De la maestra que más me acuerdo es de Leonor Pagani. El salón tenía unas gradas en el fondo, para que se pusiera ver bien el pizarrón. Yo me sentaba ahí y me la pasaba dibujando casitas… Un día una maestra me dijo «basta de dibujar ranchitos y escribí». Ese fue mi primer choque con la autoridad. El dibujo está marcado desde mis primeros tiempos. Entre mis compañeros estaban Carlos y Joe Borsani, Miriam Peiti, Sara Gutani, las hermanas Campos, y una chica a la que decíamos Porota…

-Después vino su juventud…
-Yo quería seguir Bellas Artes o algo así, pero alguien me dijo que iba a tener que estudiar los huesos y los muertos y con eso yo no quería saber nada. Entonces me aconsejaron ir a la Escuela Profesional de Dibujo, en Lomas de Zamora, y fui, donde Dibujo era un complemento porque la principal actividad era Lencería y Bordado en Blanco. Hacíamos ajuares de novias para afuera… También había Literatura que me encantaba, Cocina, Educación Doméstica. Y tuve una profesora que me hizo amar a los libros, aunque siempre me gustó leer. Desde chica, el diariero nos traía revistas y con mis hermanos las devorábamos… Y teníamos la famosa barra con la que hacíamos caminatas durante todo el año, y campamentos. En esa barra estaba Nidia Giordano. E íbamos a los «asaltos» en las casas, en los que las chicas llevábamos la comida y los chicos las bebidas.
-Fue profesora en el Sagrado Corazón…
-Yo estudiaba en Témperley, de ahí pasé al Comercial de Adrogué y después fui al Sagrado Corazón, donde estaba el Magisterio. Tuve a las profesoras Cascardi, una en Castellano y la otra en Historia. En ese colegio, entre nosotras había varias hermanas marianas, que nos invitaban a sumarnos a su congregación como novicias. Una de esas hermanas estaba estudiando arte en el Instituto Terrero de La Plata, y ahí estudié el profesorado. Ya era Maestra en Artes Visuales y trabajé más de 40 años, hasta que en Bellas Artes de Quilmes revalidé el título. Mi vida siempre estuvo orientada hacia el estudio y el conocimiento.
-¿Con quiénes está en el grupo literario?
-La que lo inició fue Evangelina Negri, que ahora está en Chascomús. Y están también su hermana Patricia, Susana Ruiz Díaz, Estelita Porto… Nos juntamos a leer y compartir obras y también presentamos Teatro Leído en el Círculo Médico, para ayudar, por ejemplo, al Hogar de Ancianos. Nos juntamos todas las semanas. Primero hablamos de nuestro estado de salud, y después vamos al tema…
-¿Tiene algún libro favorito?
-Sí. Y lo leí varias veces. Es una novela que se llama «Sublime obsesión», de Lloyd Douglas.
-¿Con final feliz?
-Sí. Me gustó la película y después leí el libro, que me pareció mucho mejor.
-¿Cómo eran papá y mamá?
-Papá era muy serio. Muy trabajador. Después de cenar se ponía a escribir en un cuaderno la lista de las personas a las que tenía que darles las inyecciones y en qué horarios. Era muy ordenado y prolijo. Y mamá… Muy alegre. Siempre cantaba. Tenía tanta tarea para hacer que no le quedaba tiempo para el orden. Éramos cinco en la casa… Tenía la comida, atendía el consultorio cuando mi papá salía a poner inyecciones… Y siempre estaba muy ocupada.
-¿Conoció a sus abuelos?
-A las dos Antonias. La madre de mi papá era chiquitita, menudita, una andaluza muy ágil, muy alegre, que tenía esa casa con nueve hijos, y se movía todo el día de acá para allá, y mi abuelo, era un policía, sentado en la mesa, serio, dirigía todo con su mirada. Y la madre de mi mamá, no la veíamos tanto, pero lo que me queda de ella es que fumaba… y en pipa… Era muy señorona, muy matrona, grandota, rubia, y todos estábamos alrededor de ella.
-¿Qué enseñanza le dejaron?
-El trabajo… La familia. – se emociona- Eran muy apegados a sus hermanos. Recuerdo las fiestas que se hacían. Mi abuelo que era medio cacique, quería que por lo menos una vez al año toda la familia se reuniese, y esas reuniones se hacían en verano, en el salón de la Escuela 2 de Zeballos, donde mis padrinos estaban como residentes y se ocupaban de todo lo que era el mantenimiento del colegio. Hasta hacían tinta, con las bolitas del ligustro, machacándolas. Iban mis tíos Paco, Antonio, Luis, Placa, Lola, María… Éramos 120 personas.
-¿Contenta con la vida?
-Totalmente, y agradecida. Tuve un buen marido, Angelo Battista, con quien después por cosas de la vida nos separamos, pero que es buen padre y fue también un buen hijo. Mis cinco hijos… Tengo una chochera con todos. Están muy felices y supieron elegir su camino, cada uno en lo suyo. Y mis cuatro nietos, dos están en el Sur y los otros en España, así que me tengo que movilizar para ir a verlos…
-¿A Dios que le diría?
-Gracias.
-¿Algo más?
-Gracias a la vida, como decía Violeta Parra.


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