ENTREVISTA

Carlos España



Entrevistas » 02/11/2019

Fanático del automovilismo, «el de pre Guerra, el de post Guerra y el actual. Lo sigo todo», dice, y con una «asignatura pendiente»; competir con un auto de carrera, Carlos Enrique España es un querido vecino que nació en nuestra ciudad el 2 de julio de 1948, y vive sobre la Avenida San Martín pero se crió en Dorrego 56, frente a la antigua fábrica de seda. Está casado con Celia Camere, tiene dos hijos, -Andrés y Carlos- y dos nietos. Entre sus muchos recuerdos, me sorprende con uno que involucra a mi «nono», mi abuelo materno, Fernando Nardini. «Él hacía de todo en su taller, arreglaba puertas, hacía rejas, arreglaba bicicletas… Era hiperactivo, estaba continuamente trabajando, y era muy buena persona. También lo era su esposa, Gina. Es así: antes nos conocíamos todos…», me cuenta. Pero la mejor anécdota me la relata cuando, después del reportaje, le tomo unas fotografías frente al símbolo de la ciudad: el Monumento a la Bandera. Apoyando sus manos en él, y mirando hacia arriba, señala y dice: «con Néstor De la Fuente y Héctor Videberregain escalábamos por acá, nos metíamos adentro por la punta, y salíamos por el otro lado». Acababa de darme el título de la nota.

-¿Cómo era su barrio?
-Hermoso, un crisol de razas. Había polacos, alemanes, españoles, italianos, húngaros… Nadie tenía problemas con nadie. Estaban los Leonardini, Jacinta, los Marazatto, don Juan Gendra, el colchonero, la familia Martell, Diéguez, Crochetti, Rossi, Leiva, Aldo Barborini, Lito Mirco, Russo, y en el fondo, la casa quinta de los Palacios, en Las Heras y Dorrego, que la hizo la primera directora de la Escuela 1 y la compró un señor, Domínguez .En ese lugar había studs, y estaban los caballos del Mono Gatica, que venía siempre a Varela, porque estaba casado con una chica de la familia Villar. Me acuerdo de verlo pasar con sombrero, en un Cadillac rojo y blanco, con la capota baja … Después, había varios baldíos que eran de don Evaristo Rodríguez, estaba la familia Cícaro, los Villar, los Magdaleno… Y aunque a mí no me gustaba el fútbol, en el barrio tuvimos un equipo que fue impresionante: Defensores de Varela. Un día invitaron a Gimnasia y Esgrima y le ganaron… Jugaban los Lozano, los Magdaleno, los hermanos García… Los partidos se hacían en la cancha de La Loma, que estaba dos cuadras pasando Las Heras y Paso de la Patria.
-¿Cuántos eran en su casa?
-Vivía con papá y mamá, y mis hermanos Coco y Lidia. Coco ya falleció. Su vida fue un tango… El la vivió así. Mi papá tenía ferretería y corralón en 9 de Julio y Avenida San Martín. Mamá era ama de casa y una gran lectora… Tanto que mi hijo es hoy profesor de Historia y Geografía por la influencia de ella. En cambio, mi otro hijo, Andrés, es técnico agrario, pero no quiso seguir con eso, y trabaja con Roberto Lambardi, en el taller. Tuve unos padres muy buenos. Lo único es que mi pasión siempre fue el automovilismo y mi padre no quería que yo corriera. Antes para correr y para todo, había que tener 22 años. Y yo a espaldas de él le compré una cupé de TC a Tato Carnevale, y la armé. Yo era socio de la Asociación de TC y muy amigo de Ruben Roux, que era su presidente. Carlos Salto, amigo de él, me tomó una prueba en un circuito en Moreno y anduve bien. Pero mi padre se enfermó, se puso muy mal cuando supo que yo iba a correr y no lo hice…
-¿Nunca se pudo dar el gusto?
-De viejo. Ya con 67 años, armé un Falcon. Es otro tipo de automovilismo… Y mi hijo me hizo de acompañante. Ahora ya lo guardé, me quedó de recuerdo. Jorge Risso, que sigue con esto, me dice que los años que uno tiene no importan… Él es un referente del automovilismo. Seguir corriendo a su edad, con ese entusiasmo y ese sacrificio… Es único.
-¿Cómo se divertía cuando era chico?
-Iba mucho al club Los locos que se divierten, ahora club Nahuel, que estaba en la Avenida San Martín entre 9 de Julio y Alem, al lado de la peluquería de Juancito y de la quinta de Pelento. Ahí a los más chicos no nos dejaban jugar al billar, así que jugábamos al sapo. Atendían Mariano Supervía y don Pedro López… También recuerdo cuando el club Nahuel inauguró la pileta, ya en su nueva sede. El pozo lo hizo la empresa Perales Aliar, con una máquina muy vieja, a nafta… En el club también estaban Abel López, Fernando Risso, los Boyer… Mucha gente que ponía mucho esfuerzo. El club Nahuel era un pulmón de vida…
-¿Con quiénes jugaba?
-Con Héctor Lozano De la Fuente, Héctor Bideberregain, Héctor Pollini… En la esquina de la Iglesia se hacían carreras de embolsados y de carretillas humanas. Y en la Iglesia, los sábados nos daban cine infantil. Había mucha actividad. Estaba el Padre Bari, que era italo americano y después se volvió a Estados Unidos. Recorría las casas de los vecinos que estaban enfermos, era muy bueno. También hacíamos la fogata de San Juan en la calle, en Maipú y 25 de Mayo. Poníamos las batatas en las cenizas y nos las comíamos asadas. La plaza era famosa. En el centro, estaba el reloj de flores que marcaba la hora del fallecimiento de Evita, que era hermoso, y después lo sacaron. Tenía su cuidador, Benítez, que andaba con una varilla de mimbre para que no pisemos el césped. El Sordo Escala y Maurizi cortaban el pasto. Y recuerdo cuando inauguraron el mástil, al que le decíamos el monumento al clavo… A veces nos íbamos con Emilio Faura a jugar al ajedrez al club Defensa… Pero cuando pasábamos por la Policía cruzábamos a la vereda de enfrente, porque los menores en la calle eran un tema… y eso que nunca hicimos nada malo.

 

-¿A qué escuela fue?
-A la Escuela 14. La subdirectora, Teresina Corti de Fernández era vecina de mi papá. Entre mis compañeros estaban los García, Antonio, Rodolfo y Mario Di Renzo, Chichita Risso… Cuando terminé, mi papá quería que estudiara, pero yo estaba enloquecido con los autos de carrera. Así que me la pasaba en el taller de Oscar Radavero, en la calle Chacabuco…
-¿Qué recuerda de sus padres?
-A mi papá lo recuerdo todos los días, Fue muy bueno con los tres, era muy trabajador… Yo a veces venía de bailar a las tres de la mañana y a la seis teníamos que hacer un reparto… Y jamás le dije que no. Mi mamá cocinaba… Y en mi casa solo se compraba el pan. En la quinta había de todo. En el barrio el que tenía muchas mandarinas se las daba al que tenía muchas naranjas, y el que teñía cebollas las cambiaba con el que tenía lechuga… Yo creo que nací en uno de los barrios más lindos de Varela.
-¿Iba a bailar cuando era joven?
-Sí. A los doce años empecé a ir mucho a Chascomús, porque mi papá tenía un campo ahí. Y conocí gente de allá, de Brandsen y de Ranchos. Por eso iba a bailar a Burbujas y el club de Pelota en Chascomús, Noa Noa en Brandsen, y en esta zona, a Ducilo, a Libertad 70, al Deportivo Berazategui…
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-Con mi padre en el negocio, y después hice repartos de materiales de construcción. Con los años, trabajé para una empresa de construcción y atendí el campo.
-¿Conoció a sus abuelos?
-Solo a mi abuelo paterno, que murió cuando yo tenía ocho años. Era un hombre de trabajo, tenía unos terrenos grandes que pasaban por detrás de la casa de Aldo Barborini y por 30 metros no llegaban a la calle Pedro Bourel. Trabajaba la tierra con un arado a mancera, tenía alfalfa, frutas, gallinas… En la época de las batatas se las vendía a la fábrica Cirio, que estaba donde ahora está el colegio Homero Manzi. Yo creo que nunca voy a volver a comer unos duraznos en almíbar tan ricos como los que hacía esa empresa.
--Usted fue bombero voluntario…
-Sí. Entré en 1966, cuando el cuartel se mudó a Monteagudo, donde estaba el «conventillo», un lugar en el que vivía una familia turca… Adelante trabajaba un tachero, un hombre gordo que arreglaba tachos de zinc. Teníamos solo dos camiones, era una época dura, el dinero no alcanzaba. En septiembre de 1969, cuando yo estaba de guardia nos avisaron que un hombre se estaba ahogando en un pozo de cloacas de Mitre y Av. San Martín. Ahí había un tanque de combustible que perdía nafta, y uno de los que estaba trabajando para hacer las cloacas se desmayó por el olor. Agarré la unidad número tres, la puse en marcha y entró el bombero, compañero y amigo Ernesto Luis Galarza. Me preguntó qué pasaba, se lo dije, y quiso ir conmigo. Una vez allí, quiso bajar él, porque dijo que si pasaba algo él no sabía manejar, así que era mejor que yo me quedara afuera, y yo lo até bien, con una soga. Justo nos habían dado un curso de nudos hacía unos pocos días. Le pedí que no se fuera a desatar. Cuando bajó al pozo… Me miró… Y esa mirada me persiguió toda la vida. Cuando lo llamé y no me respondía, tiré la soga y ví que se había desatado para atar al otro hombre. A él le dio un paro cardíaco, y el hombre sobrevivió… Después de eso, sé que bajaron Chichín Luisi y Pichi Martinelli, pero me puse tan mal que no sé quien me llevó al Cuartel. Ahí me dieron la noticia de su muerte y me fui para mi casa, Fue una tristeza muy grande que me marcó para siempre. Hoy una calle tiene su nombre y también una parada del Metrobus.
-Los Bomberos no eran lo que son hoy…
-No. En esa época no teníamos los medios que tienen ahora… Horacio Leguizamón, que era oficial, nos decía: «miren que los bomberos son apenas un poco más que los scouts… Acá no quiero héroes»… Nosotros salíamos con lo que teníamos. El primero que agarraba la ropa se la ponía, y no había botas para todos. Pero Bomberos se fue haciendo grande gracias a ese sacrificio… Una vez no había plata para comprar gomas para un camión… Y Ernesto Scrocchi me dijo: «Españita… -porque me llamaba así- Andá a lo de Ernesto Marazatto, y le ponés al camión todo nuevo. Y al que te pregunte le decís que ya está pago, que Ernesto lo pagó, que no se debe nada…». Así que fui. El nunca lo cobró. Lo donó. Daba la vida por los Bomberos. Por eso fue tan querido, como don Juan Albarellos, que era un amor de persona.
-¿Cómo conoció a su esposa?
-La conocí porque teníamos una familia amiga en común. La familia Giaimo, que tenía una gomería muy grande en Quilmes. Estuvimos cinco o seis años de novios y nos casamos. Mi suegro era muy bueno, tenía una quinta en el Cementerio. Ella es martillera y trabaja en una inmobiliaria de Quilmes. Es muy buena y me dio unos hijos maravillosos.
-¿Quiénes son sus amigos?
-Mi gran amigo del alma es Roberto Lambardi. Otros ya fallecidos fueron Alejandro Keliar, y también Emilio Faura Ruperez.
-Lambardi corría algo ¿no?...
-¡Si lo habremos seguido a Roberto….! Un pilotazo. Y eso que le tocó correr contra pilotos muy buenos como Oscar Castellano, el Toro Doumic, Aurelio Martínez… Era bravo, muy difícil ganarles… Pero ganó varias carreras y hasta un campeonato. Y con la mecánica del tío, que era una maravilla. Sin hablar mal de nadie creo que Leo Lambardi fue uno de los mejores mecánicos que tuvo Varela, por lejos. Te cuento una historia: un día lo vi barriendo el taller, y después, se puso a dibujar en el piso, con una tiza, un chasis nuevo para el auto de carrera. Llegó un muchacho, ingeniero en Ford, Hugo Ducó, y cuando vio el dibujo y lo midió me dijo: ¿Vos te imaginás si este hombre hubiera ido a la Facultad, lo que hubiera sido? Cuando armaron el auto que había diseñado era perfecto… Un misil…
-¿Está contento con la vida?
-Mucho…
-¿Qué le diría a Dios?
-Más que gracias por todo lo que me dio. Soy muy creyente y sé que la vida se va achicando, el tiempo se va acortando, los años van viniendo… Y el momento va a llegar, por eso quisiera no sufrir. Pero bueno, no sé si me lo habré ganado o no...


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