Roberto Casissa



Entrevistas » 01/12/2020

Roberto Casissa nació el 14 de octubre de 1934, en una quinta ubicada en la costa de Sarandí, lugar por el que hoy pasa el Acceso Sudeste. Viudo de Lidia Galinari, tuvo con ella tres hijos, Daniel –ya fallecido- Jorge y Andrea. Tiene nueve nietos y vive desde que llegó a nuestra ciudad, a fines de los sesenta, en su casa de la calle Dorrego. Con él hablamos para esta sección de Mi Ciudad.

-¿Qué nos puede contar sobre su infancia?
-Era hijo único, mis abuelos eran genoveses y tenían quintas. Me acuerdo que una vez por semana venía la Sudestada, y el agua se nos metía en la casa. Había cientos de mosquitos, y a la noche para poder dormir tranquilos, mojábamos las sábanas, para que no nos picaran. Tanto mi papá como mi mamá trabajaban en la quinta. Eran tanos y trabajaban mucho.
-¿Usted los ayudaba?
-Sí, pero era un trabajo de locos… Teníamos lechuga, espinaca, rabanitos, toda clase de verdura, que se llevaba al Mercado de Abasto, en Avellaneda. Había que dar vuelta la tierra con la pala y se plantaba todo en el mismo lugar. Una vez que se sacaba una verdura, se plantaba la otra, porque no nacían todas al mismo tiempo.
-¿A qué jugaba?
-No tenía mucho tiempo para jugar, porque mi viejo me hacía laburar. A veces jugaba a la pelota los sábados, pero poco. El barrio era un lugar con muchos extranjeros. Había polacos, rusos, alemanes, húngaros… Todos tuvieron hijos de mi edad y éramos decenas de chicos. Había un club cada tres o cuatro cuadras, y esos clubes, que ahora ya no existen, armaban campeonatos. Nosotros teníamos un cuadro que se llamaba Brisa del Plata.
-¿Tiene algún recuerdo de sus abuelos?
-Mi abuela paterna me decía «vení que vamos a juntar el pasto para las vacas», se ponía un canasto arriba de la cabeza y allá iba, a cortar con una guadaña. Había quedado viuda joven, con cuatro hijas mujeres y un varón, que era mi papá. Murió cuando yo tenía unos 16 años. Vivía en la quinta con nosotros.
-¿A qué escuela fue?
-A la Escuela 25 de Avellaneda. Caminaba todos los días nueve cuadras, y cuando iba a la Secundaria, caminaba 25. Y en invierno… Había unas heladas impresionantes. Ahora eso cambió. Antes hacía un frío terrible. Las madres nos tejían los guantes de lana pero el frío entraba igual. Estudié en la Escuela Mécanica, que había abierto Perón, y después entré a trabajar en AGA, una fábrica que hacia oxígeno, y que todavía existe, aunque ahora la compraron unos alemanes. Con esa empresa se hicieron instalaciones en varias clínicas de la zona. Teníamos un cliente de Varela: Jorge Pardo. Se fabricaba oxígeno medicinal e industrial. Yo entré como mecánico de mantenimiento, y trabajé 45 años ahí, hasta que me jubilé. Después me volvieron a llamar, estuve un tiempo y me retiré.

-¿Era de ir a bailar en su juventud?
-Iba a bailar a todos lados. Bailaba tango, con las orquestas en vivo. Había un montón de orquestas y de cantantes, y en cada orquesta tocaban doce o trece personas. D´Arienzo, Héctor Varela, Aníbal Troilo, Oscar Alemán, Brunelli, Osvaldo Pugliese… En uno de esos bailes la conocí a mi esposa.
Ella bailaba bien. Estaba con la mamá, porque antes todas iban acompañadas por las madres. Si las madres te autorizaban, bailabas con ellas y si no, no. Si decían «este no me gusta», chau…
-Imagino que le pidió la mano a su suegro…
-Claro. Tuve que ir a hablar con el padre, y me dijo «mirá, acá la cosa es seria y tenés que respetar». Antes era así, a la novia había que respetarla hasta lo último. Podías hacerte el loco con cualquier mina, pero a la novia había que respetarla. Estuvimos dos años de novios y después nos casamos.
-¿Cuándo vino a Florencio Varela?
-Antes del 70, porque mi hijo Jorge estaba enfermo y a Varela la recomendaban por el aire puro. Un vecino de acá, Ipas, me sugirió que me comprara un terreno y nos vinimos.
-¿Cómo era esta ciudad cuando llegó?
-No había nada. Ni asfalto, ni agua, que había que sacarla con la bomba, ni gas, ni luz… Solo teníamos un farolito en la esquina. Yo vivía pegado a la casa de Aldo Barborini. Solo estaba él, Marazatto y un poco más lejos, Genoud. Con Aldo íbamos al potrero a juntar cardos. Y a la quinta de Repetto, enfrente del Cementerio, a buscar tomates, con los que hacíamos salsa en tambores de 200 litros y después la embotellábamos. Hacíamos cerca de 1000 botellas.

El proceso de preparación de la salsa de tomates merece contarse en detalle, y es común al recuerdo de muchos italianos de nuestro distrito, y de todo el país. Los hombres de la familia juntaban con una pala los tomates que se descartaban en una quinta, y luego, las mujeres los pelaban, dejando solo la pulpa. Después, se pasaba todo por una picadora, se lo condimentaba y se ponía toda la preparación en unas botellas. A cada botella se le ponía un corcho y una moneda arriba, una tapita y un alambre, con el que se la ataba. Después se llenaba el tanque con pasto y agua, y se ponían ahí las botellas, que se hervían por 24 horas. Un día después, las conservas estaban listas. Y podían durar hasta 20 años, asegura Roberto.

-¿Qué negocios recuerda de esa época?
-El almacén de los Supervía, el Corralón de España, el Corralón de López, donde ahora está el Supercam. Y andaban los carros por la calle, que te traían a tu casa el pan, el pescado y la carne…
-¿Quiénes fueron sus amigos?
-Yo acá solo conocía a Aldo y al cuñado, Fernando Nardini. Porque yo me iba a las cinco de la mañana y volvía a las cinco de la tarde. Los sábados a la tarde íbamos con Aldo y con Giuseppe Insalaco, que era albañil, a visitar a Nardini, que había trabajado en La Bernalesa y tenía un taller donde soldaba y hacía varias cosas. Después nos invitaba a tomar el vino que él hacía. Aldo hacía grapa, que también compartíamos. Cuando me jubilé empecé a ir al bar de Monteagudo y 9 de Julio. Ahí me hice amigo de Néstor Ghio, el Comisario Díaz Vélez, Coco España, Ruben Calegari, el peluquero Miguel Angel, los Vergani, uno que le decíamos el Portugués… Nos juntábamos todas las mañanas. Éramos como veinte. Discutíamos sobre política, hablábamos de todo. Con Néstor nos habíamos hecho muy amigos. Con otra gente era muy rebelde, pero conmigo era muy bueno. También nos juntábamos con varios italianos en «El Cazador».
-Cuéntenos como eran sus padres…
-Mi mamá era buenísima, pero mi viejo era jodido. ¡Sabés que jodido que era! Era bravo. Nunca me pegó, pero era duro. El día que le dije que me iba a casar me contestó «que tengas suerte». Eso fue lo único que me dijo. Y le tuve que dar la mitad del sueldo hasta el último día que viví con él.
-¿Tiene alguna anécdota?
-Los tanos de antes andaban siempre con el revólver en la cintura, y con una escopeta de dos caños. Mi viejo también. Pegada a la quinta de él, había otra, de mis tíos. Y ahí iban los verduleros a comprar. Una vez vio a uno que entraba y se llevaba la verdura y le preguntó a mi tío quien era. «Ese no viene a comprar. Es un matón, que corta la verdura y se la lleva de guapo», le contestó mi tío. Mi viejo fue a hablar con el tipo y el tipo le sacó un cuchillo. ¡Para qué! Mi viejo le dio con una pala… y menos mal que mi tío lo paró… Pero el tipo no jodió más.


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