EDITORIAL

Los inmorales



Editorial » 01/03/2021

Con el Vacunagate, el Gobierno superó todos los límites de la inmoralidad.
Si bien el fracaso de su política -económica y sanitaria- fue una constante durante toda la Pandemia, la revelación de la lista de funcionarios, parientes y amigos del poder vacunados por izquierda no sólo en hospitales sino en el propio Ministerio de Salud destrozó el relato de la épica con el que se intentó disfrazar un concierto permanente de ineptitud y corrupción.
El triste papel de Ginés González García, el mismo hombre que decía que el COVID «estaba lejos», que le preocupaba más el dengue y que para diciembre pasado íbamos a tener 10 millones de vacunados en el país, terminó como suelen terminar las historias de los cobardes: echándole la culpa a una secretaria de un operativo que sólo él y la actual Ministra pudieron haber autorizado.
La forma en que estalló el escándalo también tuvo su sesgo karmático: fue uno de los «periodistas» más obsecuentes del kirchnerismo el que develó la situación. Nada menos que el ex integrante de una agrupación guerrillera y asesina a la que el actual Gobierno reivindica impúdicamente, pero en la que la delación era el mayor de los pecados. Si Verbistky habló para adelantarse a una noticia que estaba lista para salir a la luz o por una operación de la nuevamente llamada a silencio «abogada exitosa» es una incógnita que cada quien interpretará de acuerdo a su parecer.
Que las grandes figuras de lo «nacional y popular» se hayan apoderado de las vacunas destinadas a médicos, enfermeros y demás trabajadores sanitarios y a los ancianos deja a la vista su verdadera catadura moral, que ni siquiera tuvo reparos en hacerlo usurpando la condición de «personal de salud» lo que claramente significa una conducta delictual.
Que el presidente haya echado a Ginés y al mismo tiempo lo elogiara, habla de la ya habitual hipocresía de su discurso ambiguo. Pretender que Vizzotti no conociera lo que pasaba a metros de su despacho es subestimar nuestra inteligencia y hasta nuestro instinto. Ante la abrumadora evidencia, el «maestro ciruela» de las filminas exitosas tuvo que bajar el copete al punto de tener que escuchar en vivo y en directo al presidente de México diciéndole en la cara que en aquel país «no hay privilegios para los de arriba».
Más de dos millones de contagiados y más de 51.000 muertos merecen respeto. Los que se pasaron más de una década colgados de las banderas de los Derechos Humanos y el progresismo quedaron desnudos dejando a la vista sus miserias. En un país en serio, todos los involucrados, desde Carlos Zannini, «espada de Cristina», hasta Julio Pereyra, el hombre que hundió en la miseria y el abandono a Florencio Varela, deberían dejar sus cargos y ser inhabilitados de por vida para ejercer la función pública.
Nos querían hacer creer que «la Patria es el otro». Pero las vacunas fueron para ellos.


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